Alex Carbajal Berber
• El ansiado oro olímpico
Treinta olimpiadas después llegó el primer oro olímpico en el deporte más popular de nuestro país: el futbol. No fue una medalla injusta, más bien circunstancial, en un torneo donde confluyen variantes tan diversas, que resulta cada vez más complicado de pronosticar.
En ese pronóstico, México se perfilaba a pelear por la de bronce, suponiendo que Gran Bretaña, España y Brasil –más algún caballo negro-, tomarían en serio este torneo, lo cual pasó levemente. Con lo que no se contaba es que los británicos y españoles iban a llegar soberbios y reforzados al mínimo, además con entrenadores de poca monta, a los que se les quemó el arroz por regatear la porción de agua.
Pero entremos en detalle con México. El equipo de Luis Fernando Tena, que a la distancia se vio asesorado por el cuerpo técnico entero, incluyendo a “Chepo” De la Torre, mostró una mejoría sustancial tras una primera fase plagada de dudas. Giovani dos Santos había sido la salvación en los primeros tres partidos de la fase regular, y eso no auguraba buenas cosas.
Había que tomar en cuenta que el equipo mexicano se había preparado más que los demás competidores, en aras de hacer un buen papel en el torneo olímpico, después de que un cuadro similar fue vapuleado en la Copa América. A los Panamericanos 2011 llevaron lo mejor de la edad y los tres refuerzos, al preolímpico fueron con jóvenes de buen nivel –incluso algunos que después no aparecerían en esta Olimpiada- y en el Torneo de Toulon mostraron seriedad ante escuadras sub-20 que se veían con cierto poderío.
Así que México había llegado con bastantes juegos de preparación, pero sólo faltaba dar el último paso. El gran mérito del cuerpo técnico mexicano –no me atrevo a decir si la gestación de esta estrategia fue enteramente de Luis Fernando Tena- fue implementar el pressing de tres líneas para conseguir los goles más importantes del torneo. Decía yo, antes de la final ante Brasil, que esta podía ser la clave para anotarles a los cariocas, tomando en cuenta que así habían caído los goles en tiempo extra ante Senegal, y así se gestó el golazo definitorio de Oribe Peralta ante Japón. Pues México implementó este pressing de toda la cancha en los primeros segundos del partido final, y Brasil se llevó el chasco de su vida; un gol de vestidor que los sacó de balance, hasta que a insistencia de Hulk cayó el gol del descuento verdeamarella, a falta de un minuto para que terminara el encuentro, y cuando México ya había aplicado una buena jugada a balón detenido que sentenciaba el partido.
Por suerte, Brasil hizo el descuento en tiempo compensatorio. Unos minutos más de juego y quizá hubiera habido tiempo extra. Los brasileños no pueden quejarse: tuvieron bastantes opciones de empatar, e incluso ganar, que no supieron definir, o fueron bien tapadas por la defensa y portero mexicanos. Lo que sí deben tomar en serio es la presión de cortar de una vez a Mano Menezes. Siendo sinceros, la prensa y afición carioca tiene toda la razón en molestarse por contar con un entrenador que dejó a tres jugadores fundamentales en la banca y de la falta de sapiencia y hambre por ganar el único título que falta a la colección brasileña. Con Menezes, el campeonato de su próximo Mundial suena muy poco probable.
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