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COMENTARIO HOMILÉTICO

Administrador Colimapm | Opinión | 23/03/2025

“LA PACIENCIA DE DIOS NOS INVITA A UNA VERDADERA CONVERSIÓN”

LC 13,1-9

POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo

La vida cristiana y las actitudes que de ella se desprenden manifiestan un nuevo modo o estilo de vida que está llamado a influir positivamente en la vida de los demás y en el propio entorno. No debemos perder de vista que Dios espera de cada uno de nosotros un fruto abundante. En este sentido, debemos tener cuidado de la auto referencialidad, es decir, de pensar que somos el centro y que lo que hemos logrado es por mérito propio, al punto de sentirnos con el derecho de juzgar a los demás. Dios nos ama a todos y espera que cada uno pueda reconocer en su vida el tiempo de gracia para cambiar y disponer el corazón para ofrecerle sus frutos. El tiempo de vida será el espacio para volver a Dios y ofrecer lo que, por gracia suya, hayamos recibido.

La tragedia y el sufrimiento han acompañado al hombre desde que el pecado entró en nuestra historia. No hace falta ir tan lejos para darnos cuenta del caos y la destrucción que el mal realiza en todos los niveles: en el corazón, en la familia, en la sociedad, en el mundo. Debemos considerar que el origen de los males en el mundo procede del corazón de aquel que se ha dejado seducir por el Maligno. La ambición, el odio, la venganza y todos los sentimientos negativos que el hombre experimenta proceden de una misma fuente, el mal.

El hombre no está exento de sufrir las consecuencias del mal realizado y perpetrado. De hecho, ésta es la primera afirmación que nos viene en mente cuando constatamos que alguien ha sido alcanzado por un infortunio; es fácil decir: ­–eso le pasó por que era malo–, o también: –se lo merecía–, etc. El Evangelio de este domingo nos presenta con dos ejemplos, la admiración de algunos hombres frente a la mala suerte de otros; algunos hombres se acercan a Jesús para evidenciarle el castigo que unos galileos habían recibido de parte de Pilato y Jesús les contesta: “¿Piensan que esos galileos eran más pecadores que todos los demás galileos, porque han padecido estas cosas? Ciertamente que no” (Lc 13,2-3), esta pregunta y respuesta nos muestra que no debemos juzgar a los demás por las acciones negativas que hayan padecido, porque en muchas ocasiones el hombre es objeto y víctima de la maldad que otros han maquinado y no es, en ningún sentido, culpable de haber hecho algo malo. Tengamos cuidado de generalizar y juzgar sin compasión al que sufre algún infortunio; el mal siempre será una acción negativa que no se debe desear a nadie y que no se debe realizar por ningún motivo.

Los textos de este domingo, más que resaltar las diversas situaciones de desgracia que acompañan al hombre como son: el pecado o pecar (hamartáno), sufrir (pásxo), perecer (apóllumi) matar (apoktéino), pretende mostrar el cuidado de Dios hacia el hombre que se encuentra en medio de estos peligros. En el presente, al ser testigos de la opresión y del sufrimiento del hombre en este mundo, nos puede venir a la mente un juicio negativo frente a Dios, y decir: ¿por qué Dios no hace nada?, ¿por qué Dios no destruye a los malvados? Estas preguntas no son un buen comienzo para comprender la acción de Dios. Dios que nos ha creado no está lejos del que sufre. Así lo leemos en el salmo 34: “Cuando gritan, Yahvé los oye y los libera de sus angustias” (vv.18-19). Es propio de Dios la compasión y la misericordia, pero Dios espera también que el hombre sea instrumento de compasión hacia sus semejantes. Aunque frente a sus ojos se realice toda clase de mal, Dios espera la conversión del pecador para que no perezca eternamente.

Es de hecho en Jesús, que Dios responde al clamor del hombre y se presenta en el tiempo como aquel que ofrece y dispone todo para que podamos dar fruto. El abono y los cuidados harán posible un futuro lleno de frutos de vida eterna. En Cristo Dios nos escucha y ayuda, hoy, mañana y siempre. Cada día será una oportunidad nueva para enmendar el camino, para evitar el pecado y el juicio hacia los demás. Recordemos que todos hemos sido formados del polvo y nuestra vida es todavía más frágil sin la ayuda de Dios. Por lo tanto, caminar juntos y desear cumplir la voluntad de Dios mediante la búsqueda de la conversión, traerá un grande beneficio a la propia vida, a la vida de la Iglesia y al mundo entero. Aunque los males se precipiten sobre nosotros nada nos apartará del amor y del cuidado de Dios: ¿Quién nos apartará del amor de Cristo? ¿La tribulación, o la angustia, la persecución, el hambre, la indigencia, el peligro, o la violencia?” (Rom 8,35).

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