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COMENTARIO HOMILÉTICO

Administrador Colimapm | Opinión | 02/03/2025

CUIDAR EL CORAZÓN Y APRENDER A CULTIVAR EL BIEN

LC 6,39-45

POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo

El seguimiento de Cristo no termina con el aprendizaje de su doctrina o con la puesta en práctica de su ley y de sus mandatos, en una ética de la no violencia, de la misericordia, la compasión y del amor. El seguimiento debe llegar a lo más profundo del corazón. Pero, ¿cómo será posible este nuevo estilo de vida en un mundo que se empeña a toda costa en vivir la división y la maldad? esto será posible si dejamos que en el corazón habite Dios y lo llene de sus dones, porqué la presencia de Dios transforma verdaderamente el interior. Si permitimos la acción de Dios en el interior, entonces el corazón se convertirá en fuente de gracia y bondad que será manifiesta y palpable en los pensamientos, las decisiones y las acciones.

El hombre, según su manera de pensar, de conocer y de reaccionar, es generalmente muy duro y exigente con los demás, especialmente cuando se trata de sus defectos, pero hacia sí mismo es cada vez más indulgente y complaciente.  Ya lo decía Jesús: “¿Cómo es que miras la astilla que hay en el ojo de tu hermano y no ves en la viga que hay en tu propio ojo?” (Lc 6,42). Esto nos demuestra que para poder ayudar a los demás con sus defectos, pecados y faltas, debemos comenzar por nosotros mismos. No podremos ayudar a nadie a salir de una situación opresora, difícil o dolorosa, si no hemos superado la prueba en nuestra propia persona. Es necesario tener un corazón bueno para poder hacer algo por los demás.

Necesitamos como primera acción a seguir, aprender a discernir lo que es bueno de lo que es malo. Nosotros contamos con la ayuda del Espíritu Santo que nos permite penetrar a profundidad, aún dentro de nosotros mismos. De hecho, la bondad es una categoría que determina a las personas o a las cosas, decimos: “una persona buena, una acción buena, una fruta buena”. Es decir, así como se puede participar de la bondad, así se puede participar de la maldad. El corazón será por tanto el lugar donde tenemos que vigilar que no se instale la maldad. debemos ser capaces de pensar antes de hablar, de considerar las cosas antes de expresarlas y de darnos cuenta, anticipadamente de los estragos que puedan causar. Así lo leemos en el Eclesiástico: “Cuando se agita el cernidor aparecen las basuras; cuando el hombre discute, se descubren sus defectos. El horno prueba las vasijas del alfarero, el hombre es probado en su razonamiento” (Ecl 27,4-5). Sólo así, haciendo este ejercicio interior y confiando en la fuerza de la gracia de Dios podremos sofocar desde el corazón la fuerza y la acción del mal. Ya lo decía Jesús: “de la abundancia que hay en el corazón, de eso habla la boca”.

Por tanto, el esfuerzo por mantener la bondad del corazón y luchar contra todo lo que sea negativo o malicioso nos aprovechará abundantemente. Recordemos que una persona que ha permitido al mal instalarse en su corazón su fin será su autodestrucción y la de los demás. No olvidemos que Dios nos creó buenos y nos invita a mantenernos en esa vocación. Por eso, aunque el hombre peque y se equivoque, siempre tendrá una oportunidad para poder trasformar el corazón, los pensamientos y la vida. Con toda razón, si queremos caminar como discípulos de Jesús, tenemos que comenzar por la conversión (metanóia), que significa cambio de mentalidad. Entonces podremos esperar los frutos buenos en el momento oportuno: “Porque no hay árbol bueno que dé fruto malo y, a la inversa, no hay árbol malo que dé fruto bueno. Cada árbol se conoce por su fruto”. (Lc 6,43-44).

Si constatamos que los frutos que los hombres presentan y cosechan no son buenos, no tenemos que señalar o juzgar, sino que debemos pedir por ellos a Dios, quien los ha creado y formado para un destino de bendición; debemos pedir que nos de la gracia de poder corresponder a su llamado a vivir desde la bondad y desde el bien. Aunque es cierto que, muy dentro de nosotros, todos deseamos vivir bien y hacer el bien, esto no llegará y no se cumplirá, si en la raíz y en el fondo del corazón hemos dado un espacio y el lugar de mando al mismo mal. Esforcémonos cada día en reflexionar más, en ver con claridad y objetividad las cosas y en conocer la verdad para no ser ciegos que guíen a otros ciegos, porque desde que fuimos hechos hijos de Dios, el Señor nos ha abierto los ojos para ver su amor, su bondad, su gracia y su misericordia. ¡Recuerda siempre esta feliz exhortación!: “haz la prueba y verás que bueno es el Señor” (Sal 33).

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