El viejo PRI al secuestro de la Universidad de Colima
Será en los tiempos en que el IFE resuelva la nulidad o no de la elección pasada a la presidencia de la República (en la que hubo vergonzantes irregularidades que sólo la corrupción institucional dejaría en la indiferencia), cuando también, allá en el estado de Colima, se defina la sucesión rectoral de su máxima casa de estudios.
El actual rector, Miguel Ángel Aguayo López, hoy candidato electo por el PRI a una diputación federal, tendrá en sus manos una decisión histórica: alentar el arribo de un rector(a) cuyo perfil esté a la altura de los desafíos universitarios o, por el contrario, encorsetar uno que sólo responda a los intereses de un grupo, como sucede en la gran mayoría de las instituciones educativas del país, en donde las universidades siguen siendo plataformas políticas y financieras.
La Universidad de Colima no ha sido la excepción. Desde hace más de dos décadas ha estado visiblemente intervenida por una mafia de políticos priistas y ex rectores (Humberto Silva Ochoa, Fernando Moreno Peña, Carlos Salazar Silva) que lo único “loable” que hicieron fue saquearla y huir: Humberto Silva al Ecos de la Costa, periódico que compró y utiliza como verduguillo para obtener prebendas económicas y políticas; Fernando Moreno Peña a la gubernatura, desde donde siguió también controlándola, como ahora lo intenta desde un cargo en el CEN del PRI; y Carlos Salazar Silva a sus jugosas inmobiliarias, inimaginables antes de su gestión rectoral.
Es tanto el amor que le tienen a nuestra alma máter estos “personajes ilustres” que ninguno de los tres camina ya sus pasillos: ni mucho menos se asoma a sus aulas. El único magisterio que dejaron fue el de la corrupción y la infamia.
Por eso es triple la responsabilidad del actual rector, Aguayo López, con la Universidad de Colima, pues no puede permitirse horadar con las mismas acciones el porvenir universitario.
Si bien su triunfo electoral fue contundente, la causa de esto no se debió a lo señalado por el propio Moreno Peña, quien argumentó (palabras más, palabras menos) que con ello se demostraba que los ataques a su gestión rectoral eran una mera “guerra sucia” que, por eso mismo, no hizo mella en el elector inteligente.
En realidad Moreno Peña, hoy por hoy el más interesado en recuperar el botín universitario, nos quería decir lo siguiente: que, vistos los resultados obtenidos por Aguayo López en la contienda electoral, la universidad puede seguir siendo utilizada como trampolín político, al fin que la comunidad universitaria es autista.
Por eso, Aguayo López debe tener cuidado con este estratagema con el que el ex rector y ex gobernador Moreno Peña, en su rol de zorro amigo, lo quiere envolver, pues caería en una trampa que podría poner en riesgo su, ahora ya, futuro político y, sobre todo, el de la institución educativa.
Ante un escenario como éste, el gobernador del Estado, Mario Anguiano, quien puso de espaldas al viejo PRI (comandado por Moreno Peña), debería utilizar el poco margen que le otorga la Ley Orgánica universitaria no sólo para fortalecer el liderazgo de Aguayo López, sino, sobre todo, para evitar que vuelva la pusilanimidad a secuestrar la academia.
Si Aguayo López quiere dar un verdadero cambio de rumbo en la institución que aún preside (por la sociedad colimense, por la comunidad universitaria, por su propia familia, por él mismo incluso) debe crear las condiciones para que su sucesor(a), como he dicho al principio, esté a la altura de los retos educativos actuales y no, en cambio, al servicio otra vez de hambres individuales.
Un error de dedo, en estos casos, podría ser catastrófico: para todos.
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