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COMENTARIO HOMILÉTICO

Administrador Colimapm | Opinión | 09/02/2025

“EL SEÑOR SE ACERCÓ PARA PURIFICARNOS E INVITARNOS A SEGUIRLO”

LC 5,1-11

POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo

Este domingo escuchamos una bella página de san Lucas: el llamado o la vocación de los discípulos. Jesús comenzó él sólo su misión y no obstante era una multitud la que lo seguía, se hizo acompañar de algunos pocos para que fueran testigos de sus palabras, de sus signos y de su misión, con la finalidad de que fueran los futuros continuadores de su misión en medio del mundo. Valoremos los signos, de los que el Señor se sirve, para llamarnos y, especialmente, descubramos su voz en nuestro corazón para no temer dejar todo, a fin de seguirlo por el camino que lleva a la salvación.

La experiencia que tenemos de la vida y del universo nos va delineando y formando. Desde que nacimos entramos en el ciclo de la vida que nos acompaña hasta la muerte. Percibimos todo tan natural: el paso de las horas, las estaciones, la vida que pasa, etc. Pero, cuando el mundo nos sorprende con inesperados fenómenos naturales: terremotos, inundaciones, tormentas y todo tipo de catástrofes, nos sentimos pequeños, vulnerables; somos nada frente a la potencia del cosmos. Estas experiencias tocan tan profundamente el corazón, que nos hacen dirigirnos instintivamente o conscientemente a Dios para pedirle ayuda, al Creador, a Aquel que está por encima de todo y gobierna el universo. Para muchos, estas experiencias han sido tan fuertes que la vida ha dado un giro y un cambio radical, o han reconocido la soberanía de Dios o han caído en desesperación.

Así también, el hombre frente a la experiencia trascendente de Dios se experimenta pequeño; esa es la experiencia que la Sagrada Escritura nos quiere mostrar para que reconozcamos que el poder y la gloria de Dios es, por mucho, superior a la potencia del universo. Esta experiencia de revelación divina tiene también una finalidad: propiciar un cambio en la vida del llamado, comenzando por una transformación que da paso a una vida nueva y finalmente, una misión, que es posible sólo con la ayuda del que llama.

Ahora bien, en nuestra experiencia de Dios, debemos tener cuidado de no acostumbrarnos a un trato superficial con Él, de verlo y considerarlo como uno más. Recordemos que, aunque no lo veamos y no hayamos visto la inmensidad de su gloria y su potencia, no quiere decir que no está vivo y presente delante de nosotros. Cuando estás junto a él y frente a él en la oración ¿cuál es tu actitud? En este sentido, la fe debe darnos ese equilibrio necesario para no caer en los extremos: ser irreverentes y faltar al respeto a su presencia o subrayar tanto su poder, que nos impida acercarnos. Cristo con la manifestación de su poder a Simón y a los demás discípulos nos muestra cuál es el siguiente paso a seguir, para no quedarnos sólo en el temor frente a la divinidad.

Los discursos de vocación en la Escritura no terminan allí, en la visión que toca el interior y que sorprende, esta experiencia mueve a un cambio. Es Dios mismo el que sigue de cerca este momento de profunda transformación. Como pudimos ver en Isaías, en Simón Pedro y en san Pablo, Dios toma la iniciativa y realiza una acción para disponer al hombre a lo que viene: tocó la boca del profeta para quitar su impureza “He aquí que esto ha tocado tus labios: se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado” (Is 6,7); Jesús ha reanimado a Simón diciéndole: “No temas” (Lc 5,2), y a Saulo le dice “levántate, entra en la ciudad y te dirán lo que debes hacer” (Hch 9,6).

De esta manera, podemos afirmar que Dios tiene un proyecto perfecto para cada uno de nosotros, por eso debemos estar atentos a sus signos y, sobre todo, debemos confiar en su palabra. Estos testimonios que podemos contemplar en la Escritura se siguen repitiendo en nuestro presente y es necesario abrir los ojos y el corazón para estar dispuestos a servir a Dios. El llamado tiene una finalidad, un término, un fin, y eso es lo que debemos comprender. Es la palabra de Jesús la que nos mostrará el camino a seguir. Confiar en la palabra de Jesús será el comienzo para ver un verdadero cambio en nuestra vida, desde una actitud de humildad, porque la humildad que Dios espera de nosotros es que, sabiendo aquello que tenemos que hacer, no dudemos en realizarlo y confiemos en Él de verdad.

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