“EN MEDIO DE LA COMUNIDAD SE OFRECE Y RENUEVA LA VIDA EN EL ESPÍRITU”
LC 3,15-16.21-22
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
Este domingo celebramos el Bautismo de Jesús, y con esta Fiesta se concluye el tiempo de Navidad, así podremos retomar nuevamente, el próximo domingo, el tiempo ordinario. Al inicio del año civil, después del nacimiento y epifanía del Señor, la Liturgia nos presenta el Bautismo de Jesús como el signo con que inicia su manifestación pública; comenzará su misión en medio de la comunidad, no sin antes ser presentado por el Bautista como aquel que bautizará con el Espíritu Santo y con fuego; y por Dios como su Hijo amado. Descubramos los signos de Dios para que valoremos nuestro Bautismo y sigamos gozando en el presente de los dones que Dios nos ha entregado.
Una regla de sabiduría es considerarse parte de un todo. Fuera de Dios, y de la creación, todo cuanto existe procede de otro, tiene su origen en algo más. Así como en el discurso, una palabra sigue a la otra; y en la vida, un ser humano da vida a otro, debemos reconocer la importancia de los demás en el proceso de nacimiento, crecimiento, desarrollo y proyección personal. Dios, sabiendo que este mundo sometido a las leyes del tiempo y del espacio se desarrolla paso a paso, ha querido entrar en nuestra historia y hacerse hombre, tiempo y espacio para acompañar al ser humano en este camino. Se fue revelando progresivamente y al nacer es paciente al reconocer en su propia existencia el lento paso del tiempo. Ha sido engendrado en el vientre de María por obra del Espíritu Santo, nace en el seno de una familia humilde, crece en un pueblo como uno de tantos y llegado el momento de comenzar su misión se manifiesta públicamente.
La manifestación de Jesús al pueblo fue acompañada por el testimonio de Juan Bautista. Juan será el instrumento para que Dios anuncie a la multitud esa alegre noticia: la llegada del Reino, la presencia de su Hijo y el anuncio de la acción del Espíritu en el rito de purificación. Juan, llamado el Bautista, realiza un rito de purificación en el rio Jordán para preparar al pueblo a una purificación que está por venir, y que solo la realizará el Hijo de Dios. De hecho, lo dice: “Yo los bautizo con agua; pero está a punto de llegar el que es más fuerte que yo, a quien ni siquiera soy digno de desatarle la correa de sus sandalias. Él los bautizará en Espíritu Santo y fuego” (Lc 3,16). Este bautismo disponía a un cambio de vida, contando sobre todo en el deseo de ser fiel nuevamente a Dios y a sus preceptos, sólo se esperaba la acción potente de Dios que concediera esta gracia purificando el interior. Evidentemente todos los que acudían a bautizarse se reconocían pecadores y manifestaban su deseo de cambiar. Entonces nos salta una pregunta: ¿Jesús se bautizó porque tenía algo que purificar? Evidentemente que no, Jesús no tenía pecado y no tenía nada que remediar o cambiar. Lo hizo para mostrarnos que se había hecho verdaderamente hombre.
Decíamos apenas, que Jesús no se avergonzó de hacer fila con los pecadores, de hecho, Él está siempre cerca de aquel que ha pecado para llevarle a la fuente de la verdadera purificación. De hecho, le llamaban amigo de publicanos y de pecadores (cf. Mt 11,19), a lo que él responderá: “No vine a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se conviertan” (Lc 5,32). Recordemos que fuera de Jesús y de la Virgen María, todos sobre este mundo nacimos heridos por el pecado y somos debilitados por el pecado. Por tanto, Jesús al bautizarse confiere al rito de purificación exterior que Juan administraba (solo con agua), una potencia y una gracia especial que purifica también el interior (Espíritu Santo y fuego).
El sacramento del Bautismo es la puerta de entrada a la vida de la gracia; pero no pensemos que en automático todo cambiará. Dios necesita de nuestra colaboración a la gracia y obediencia a su amor para que podamos realizar obras grandes en medio del mundo. Lo decía san Pablo a Tito: “se ha manifestado la gracia salvadora de Dios a todos los hombres, que nos enseña a que, renunciando a la impiedad y a las pasiones mundanas, vivamos con sensatez, justicia y piedad en el tiempo presente” (Tit 3,11-12). Es decir, por medio del sacramento adquirimos la capacidad y la gracia, la fuerza y el poder de realizar las obras de Dios, pero es en la propia vida, en la lucha diaria y en la renuncia voluntaria cuando esta fuerza se manifiesta. Si no deseamos vivir una vida nueva, justa, agradable a Dios, de nada nos servirá todo el potencial que llevamos dentro del alma y del corazón; hay que desearlo y con la ayuda de Dios realizarlo.
Valoremos nuestro bautismo y renovemos el deseo de vivir unidos a Dios en medio de las situaciones difíciles de la vida. Y Finalmente, oremos por todos los bautizados para que nos empeñemos en anunciar a Cristo con una vida ejemplar y podamos ser como Iglesia un reflejo vivo del Hijo amado en quien el Padre se complace.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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