“DIOS EN EL CENTRO ES LA FUERZA PARA SOSTENER NUESTRAS FAMILIAS”
LC 2,41-52
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
La celebración de la Navidad nos permite ahora dirigir nuestra mirada al signo más bello, después de la presencia de Dios entre nosotros, me refiero a la figura de la Sagrada Familia. Dios ha querido redimir al mundo no sólo asumiendo la condición humana, sino también participando de la condición de hijo de familia: dependiente de sus padres, obediente y unido totalmente a ellos. Meditemos con admiración y gozo este misterio para que también nuestras familias sean signo de la vida nueva de Dios con nosotros y podamos realizar la voluntad de Dios con obediencia filial.
La familia es la institución más antigua en la humanidad puesto que por ella es posible el crecimiento y el desarrollo del ser humano. No tenemos que discutir tanto para darnos cuenta qué se necesita para formar una familia. Ahora, en nuestro contexto social, el significado de la palabra FAMILIA quiere ser manipulado, y de hecho es empleado para referirse a cualquier tipo de vínculo y de convivencia. Pero vayamos a su esencia. La Familia es y representa para la sociedad el aporte de una estabilidad institucional, moral y formativa integral; buenas familias ofrecerán a la sociedad buenos ciudadanos.
Es verdad que hablar de familia, no significa inmediatamente referirlo a ejemplo y modelo. Lamentablemente nos damos cuenta que muchas familias están heridas y no han sido absolutamente ejemplares; ya sea en su fundamento y raíz: los padres, como en su prolongación o fruto: en los hijos. La debilidad y el pecado ataca fuertemente lo que podría ser un espacio para el crecimiento y la madurez. No hay familia perfecta en este mundo, pero eso no quiere decir que no pueda haber buenas familias. Todos hemos pasado por momentos de contrariedades familiares de todo tipo, sin embargo, considero que cuando se desea de verdad hacer bien las cosas, se buscan los medios para mejorar, y las cosas resultan bien. Si cada quién aprende a hacer, lo que debe hacer y lo hace con responsabilidad y amor, las cosas pueden marchar bien; pero si las cosas se hacen por amor a Dios y con la ayuda de su gracia, entonces las cosas no sólo marcharán bien, sino que contribuirán al beneficio temporal y eterno de la entera familia.
En la Biblia encontramos infinidad de ejemplos de personajes que han nacido en el seno de una familia y han realizado obras, tanto buenas como malas. Pero una cualidad de aquellas que han sido ejemplares y es la unión y cercanía con Dios; en cambio, la lejanía de Dios y el apartamiento de su voluntad expuso a muchos a la división y a su destrucción. No se puede entender una familia fuerte y estable sin Dios y sin su ayuda.
Ahora que meditamos sobre la Sagrada Familia, reconocemos que sí es posible vivir los valores familiares cuando se tiene a Dios en el centro. Las familias de estos tiempos deben reconocer que no todo se reduce a: vivir bajo un mismo techo, tener que comer o que vestir, sino que deben reconocer que toda bendición llega del cielo por mano de Dios. Una familia que reconoce que la fuente de su alegría y de su estabilidad es Dios, no carecerá de su auxilio. Dios ha querido para su Hijo Jesús una Madre y un Padre: María y José, y ha formado una familia ejemplar para guía y testimonio de todas las familias.
Hoy parece que todos los valores interiores y espirituales han pasado de moda, y no les damos ningún valor. Una familia parece ser fuerte por lo que tiene de material y se cree que todo estará bien, si no falta lo material, pero no es así. Las cosas del mundo pasan y se pierden en cualquier momento. Ahora las familias deben regresar a los valores que hacen fuerte su caminar sobre este mundo. Aunque en la sociedad encontremos una mentalidad contraria a Dios y a los valores, debemos optar por aquello que verdaderamente nos dignifique y nos mantenga unidos. El bien más importante que hay que recuperar como familia es a Dios.
Valoremos los espacios sagrados que nos permiten crecer y desarrollarnos como hijos de Dios: la catequesis, la Eucaristía, los sacramentos, la oración, las visitas al Santísimo, la lectio divina, la caridad y las ofrendas. Todas estas acciones, expresiones de fe y devoción, alimentarán nuestro corazón para poder ser buenos y justos en lo que Dios nos ha encomendado. Que Jesús, María y José velen siempre por nuestras familias para que seamos signos de Dios en el mundo. Así sea.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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