“TRABAJANDO Y ORANDO ESPERAMOS DE CRISTO NUESTRA LIBERACIÓN”
LC 21,25-28.34-36
POR: Jorge Armando Castillo Elizondo
Este domingo es un domingo particular, porque damos inicio al tiempo de Adviento, y al mismo tiempo comenzamos un nuevo año litúrgico, acompañados por el evangelista san Lucas. Este ciclo es llamado: ciclo C. El motivo por el cual leemos un discurso, casi del final del Evangelio, es para continuar la temática sobre la venida del Hijo del hombre, que se refiere específicamente a la segunda venida de Cristo (Cristo rey), pero que también puede inspirar nuestra meditación, al conectarlo con aquella que fue su primera venida (Nacimiento). Las actitudes de espera para prepararnos a la celebración de su nacimiento, nos dispondrán también para encontrarle cuando llegue al final de los tiempos.
La llegada de alguien importante y valioso para cada uno nos pone en movimiento y nos permite, no sólo, disponer las cosas exteriores necesarias, sino también los sentimientos y afectos interiores. Con los gestos que manifestamos, queremos demostrar a aquella persona que es importante y que le consideramos valiosa para nuestra vida. Estos gestos se han asumido y asimilado a través de la historia y reconocemos, en conclusión, que cuanto mayor es en importancia el personaje en arribo, más grandes son los signos que le presentamos. Pero, en la vida, no sólo nos debemos disponer para la llegada del otro, semejante a nosotros en dignidad, o superior a nosotros en cuanto al ministerio y función; sino que debemos estar preparados para la visita del Otro, con mayúscula que es Dios.
La venida de Dios a nuestro mundo y su incursión en la historia humana es motivo de grande alegría para el hombre, el cual debe estar atento para reconocerle y recibirle. Esa manera nueva en la que Dios se relacionará con el hombre fue precedida por signos y anuncios, que ya preveían la llegada de Dios con todos sus dones. Dios se acerca al hombre por los caminos y los medios que Él quiere. Aun cuando todo estaba escrito para que reconociéramos el envío de su Hijo, la realidad confundió el corazón y nubló la inteligencia de muchos en Israel, quienes fueron incapaces de reconocerle. La manera en la que el Hijo de Dios se presentó, en la humildad y la pobreza, escandalizó a muchos, tanto que, aún los primeros discípulos, cuando fueron invitados a conocerle y seguirle se extrañaron de su origen: “¿De Nazaret puede salir algo bueno?” (Jn 1,46). Sin embargo, la experiencia personal les permitió reconocerle, amarle y seguirle. La vida nueva que comenzó con la cercanía de Jesús trazó un camino ejemplar que, también nosotros, tratamos de imitar.
El presente, nuestro tiempo y todo lo que está frente a nosotros, tendrá que ser proyectado también con una nueva fuerza para disponernos a lo que está por venir. Dios, desde el momento de la encarnación de su Hijo, camina aún más cerca con nosotros y nos ayuda a disponernos para el advenimiento glorioso de su Hijo al final de los tiempos. Una vida digna, justa y sabia, nos permitirá estar preparados para el encuentro con él.
La acción por excelencia que propiciará una vida activa y edificante es la oración constante. El evangelio es claro al insistir en la oración constante: “en todo tiempo orando” (v. 36); así lo había enseñado también Jesús en otro momento: “orar siempre y sin desfallecer” (cfr. Lc 18,1). La oración constante es la integración de dos realidades, la fe y la vida: hacer presente a Dios en nuestras labores y que estas se conviertan, al mismo tiempo, en medios para dirigir la oración a Él.
Vale la pena retomar con seriedad nuestra vida de oración y, sobre todo, nuestro trato cuotidiano con Dios, haciendo de nuestras labores y encomiendas instrumentos para favorecer la unión con Él y con su Hijo; que las ocupaciones y trabajos en cambio, no se conviertan en obstáculos que impidan nuestro acercamiento a Él, sino que sean medios y espacios para reconocerle, alabarle y esperar su manifestación en nuestra vida. ¡Buen inicio de Adviento!
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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