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COMENTARIO HOMILÉTICO

Administrador Colimapm | Opinión | 10/11/2024

“LA CONFIANZA TOTAL EN DIOS NOS DISPONE A DAR LO MEJOR DE NOSOTROS”

MC 12,38-44

POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo

En el texto que meditamos este día, contemplamos a Cristo en su ministerio público en Jerusalén. Ahora su enseñanza se centra sobre la importancia de la sinceridad en el culto que se rinde a Dios en el templo, especialmente sobre las ofrendas a Él dedicadas. Al momento de ofrecer lo mejor de nosotros a Dios, aquello que va más allá de lo material, cuenta mucho la intención y la confianza. El valor de una ofrenda está en el sentido interior y no solo en el gesto exterior. Dios merece lo mejor de nosotros y el valor está en el corazón.

Según nuestro modo de conocimiento juzgamos la bondad o maldad de una obra por la acción realizada, es decir, por lo que se ve; y medimos la grandeza de un sacrificio por la dimensión del mismo, pero hay muchas cosas que no se ven y no por eso están exentas de valor. Generalmente a la base de toda acción está la intencionalidad, por ello es necesario poner también allí nuestra atención para no equivocarnos en nuestros juicios. Bastaría con hacernos una pregunta: ¿por qué hago tal o cual cosa? ¿Cuál es la motivación o la finalidad que persigo realizando tal o cual cosa? Sin duda, estas preguntas nos permitirán entrar en un ámbito de la sinceridad para que podamos dar a cada obra y acción el varadero valor. Debemos reconocer que todas las cosas que realizamos las hacemos por un fin.

En el trato con Dios, si no reconocemos su presencia frente a nosotros, podemos correr el riesgo de engañarnos al no tener una referencia material que haga contrapeso a nuestras acciones, al punto que podemos aprobar y conformarnos con lo que hacemos. Es justamente en este espacio y en la relación con Dios donde podemos aprender a ser sinceros, rectos y, sobre todo, bien intencionados. Para aprender a ser sinceros con Dios tenemos que partir de una verdad: Dios existe y entra en comunicación y relación con el hombre; no es el hombre quien hace un monologo, al imaginarse que habla con Dios. En verdad el hombre y Dios tienen una comunicación, por eso el hombre debe de ser sincero al momento de acercarse a Dios y debe confiar totalmente en su poder.

El hombre manifiesta su agradecimiento a Dios y a los demás dando gracias y ofreciendo sus dones. La gratitud y la ofrenda van de la mano. Un gesto realizado en favor nuestro es recompensado con el ofrecimiento de algo material o espiritual. En la Sagrada Escritura constatamos que, frente a la inmensidad de la creación, el hombre reconoce que todo lo que existe le pertenece a Dios y no hay nada que no le pertenezca. Así lo escuchamos en el Salmo: “mías las fieras salvajes, las bestias en los montes a millares; conozco las aves de los cielos, mías son las bestias del campo. Si hambre tuviera, no te lo diría, porque mío es el orbe y cuanto contiene” (Sal 50,10-12). Por eso en la tradición bíblica, los sacrificios y las ofrendas que se ofrece a Dios son un reflejo de lo que se ha recibido. Al referir todo al origen, que es Dios, damos de lo que se nos ha dado y nos ponemos en una situación de total disponibilidad y confianza en Él.

La liturgia de este domingo nos propone un pasaje del Evangelio de san Marcos, donde una viuda pobre ofrece todo lo que poseía para vivir; ella en comparación con los ricos, quienes dan de lo que les sobra, ha dado más que todos. La Viuda que presenta el Evangelio nos muestra que la grandeza de la ofrenda a Dios se mide por intención interior, más que por la cantidad exterior: “todos han echado de lo que les sobraba, ésta, en cambio, ha echado de lo que necesitaba todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir” (v. 44). No olvidemos que estamos reflexionando sobre la intención de nuestros actos y, si nos damos cuenta, la generosidad más grande frente a Dios procede de quien ama a Dios, más que a los propios bienes.

Bendigamos a Dios por las infinitas muestras de su amor, y porque no ha permitido que ninguna prueba o tentación nos hagan desconfiar de su misericordia y providencia. Que, frente a las innumerables bendiciones y a la abundancia de sus dones, sepamos compartir con el que más lo necesita y no seamos duros para ofrecer con generosidad a Dios de lo mucho que nos ha dado.

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