“UNA MIRADA DE AMOR NOS HACE CAPACES DEL REINO DE DIOS”
MC 10,17-31
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
Hermanos, reanudamos el discurso sobre el seguimiento de Jesús, ahora nuestra atención se dirige hacia las disposiciones interiores para vivir la exigencia de dejarlo todo por Cristo; esta disposición, generalmente, es de las más difíciles porque implican una confianza total en Dios. Es necesaria una luz sobrenatural (sabiduría y la gracia) para poder comprender el verdadero valor del seguimiento de Dios y para comprender que, frente a su amor, todas las cosas creadas quedan en un segundo lugar.
Para comenzar nuestro discurso debemos reconocer que el hombre, sobre este mundo, no puede hacer a menos de las cosas y de los recursos materiales para vivir. Las cosas materiales son medio y no fin en sí mismas, y en este sentido, podemos comprender la importancia de estas para la subsistencia y desarrollo de la persona. Partiendo de este presupuesto, el hombre sobre este mundo vive también la experiencia de las cosas inmateriales o sobrenaturales, experimenta el deseo, la felicidad, el amor, etc., realidades que tienen origen en la interioridad o en el corazón y que, sin duda, se ven influenciados por el exterior. Pero hay algo más, la presencia de Dios es fuente y origen de todo bien para el hombre y su acción se puede presentar por mediación de lo exterior. Por lo tanto, el trato con Dios debe ser real y no ideal, no es la imaginación o la sugestión lo que nos da tranquilidad y seguridad, no, la experiencia de Dios es verdadera y totalmente real. Ahora bien, ¿qué hacer para experimentar esa acción en la propia vida?, ¿debo realizar algo para poder alcanzar un acercamiento mayor a Dios y sus dones?
El Evangelio de hoy nos presenta el pasaje del Joven rico, que inquieto por su futuro y salvación, de rodillas frente a Jesús le pregunta: “Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Nadie es bueno sino sólo Dios. Ya sabes los mandamientos…” (Mc 10,17-19). Evidentemente el joven comprende esta invitación como un reconocimiento de aquello que se debe hacer y responde: “todo eso lo he guardado desde mi juventud”. Los dos verbos: hacer y cumplir-observar, denotan que la práctica externa asegura la recepción de la felicidad y del don de la vida (Dt 4,40).
Generalmente, la relación con Dios puede comprenderse como lo expresa una frase: “hacer para merecer” y desde allí proyectar una relación con Él. Indudablemente, este es un primer paso importante, es el comienzo, pero hay algo más. Jesús mira a ese joven con amor y le dice que todavía le falta algo, debe hacer algo, pero al interior, le falta un desprendimiento interior: “Una cosa te falta: anda, cuanto tienes véndelo y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego, ven y sígueme” (v. 21). Frente a esta exigencia el Joven se fue triste porque poseía muchos bienes. No comprendió lo que Jesús le decía, no entendió que debía seguirlo para encontrar el sentido a su renuncia. A veces nos pasa así, sólo vemos la exigencia, el desprendimiento y el sacrificio que nos implica la vida cristiana, y no alcanzamos a ver la grandeza que de estas renuncias se desprende. Ser un hombre libre de toda atadura terrenal nos dispone para un seguimiento verdadero de Jesús.
Cuando somos conscientes de ese amor que nos amó primero, como lo dirá san Juan (cfr. 1Jn 4,19), podemos estar seguros que cualquier exigencia es fácil y llevadera. Jesús, como lo hizo con el joven, también nos mira a nosotros con amor y nos invita a dejarlo todo y seguirlo. La mirada de Jesús es puntual y va dirigida al corazón; el texto griego lo presenta con una forma del verbo todavía más puntual, no es solo ver (blépo), sino emblépo: dirigir la mirada a un punto fijo, es una mirada de interés, de interés amoroso que espera una respuesta confiada. Evidentemente el hombre necesita también adquirir una mirada diferente para reconocer los signos del amor de Dios y después ver las propias renuncias y sacrificios como valiosos e importantes, que serán recompensados con el ciento por uno.
Estemos atentos porque en cualquier momento de la vida nos encontraremos con esta pregunta: ¿Qué te falta para entregarte totalmente a Dios? Pidamos al Señor que nos siga mirando con amor y que, en las experiencias de oración, podamos intercambiar una mirada confiada y amorosa que nos vaya disponiendo a la vivencia total del Reino de Dios en medio del mundo.
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