LA FAMILIA, EN EL PLAN DE DIOS, ESTÁ LLAMADA A LA SALVACIÓN
MC 10,2-18
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
Hermanos, la invitación al seguimiento de Cristo no se reduce a un pequeño grupo que esté dispuesto a dejar todo para seguir a Jesús, al contrario, la sequella Christi implica una apertura de todo hombre al plan de Dios, que se hace concreto en las estructuras y espacios donde toda persona humana crece y se desarrolla: la familia y la sociedad. Por tanto, abrirse a la gracia de Cristo permite al hombre llegar a su perfección y construir en este mundo el plan originario de Dios: que el hombre se salve y llegue al conocimiento de la verdad.
En la actualidad se está realizando una lucha hacia tres instituciones y pilares fundamentales de la sociedad: la vida, la familia y la religión. Los principios que están a la base, de quién está en contra de estos tres pilares, son meramente subjetivos, parciales, no apegados a la verdad y no poseen un fundamento histórico. El aporte que la visión religiosa ofrece a la vida del hombre es fundamental para su custodia y valorización. Desde esta visión religiosa se reconoce la dignidad de la persona, su bienestar y su realización plena. Una visión completa y sobrenatural sobre el hombre no puede basarse en intereses o principios que se fundan en la moda o en los intereses personales. Es absurdo pensar que la religión desee oprimir y limitar al hombre en sus potencialidades, al contrario, la religión busca proyectar al hombre hacia su realización plena.
Si partimos del dato bíblico, advertimos que en las primeras narraciones sobre la creación del hombre encontramos una constante: el hombre y la mujer son creados por Dios a su imagen y semejanza. Además, entre ellos son semejantes y de igual dignidad: “Ésta será llamada mujer, porque del varón ha sido tomada. Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne” (Gen 2,23-24). Si nos damos cuenta, es Dios quién está a favor de la igualdad y reconocimiento de ambos y no a favor de su separación o división, no podemos fundamentar la relación del hombre y la mujer abogando a un ataque y confrontación entre ellos.
La vocación originaria del hombre y la mujer es a la comunión y a la valorización de sus diferencias, en orden a la edificación de sí mismos y de la sociedad. Es, sin embargo, el pecado la causa de la división entre el hombre y Dios, entre el hombre y la mujer, y entre ellos y sus semejantes. Por tanto, urge una acción divina que sane de raíz el corazón del hombre.
El Evangelio nos presenta un episodio, en donde los enemigos de Jesús buscaban en Él algún error para poder así acusarlo. Le preguntan sobre la legitimidad o no del divorcio, sobre la separación entre el hombre y la mujer: Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: “¿Puede el marido repudiar a la mujer?” (Mc 10,2). Evidentemente los fariseos se fundamentan en una prescripción que les ofreció Moisés, y creyendo tener la razón le preguntan a Jesús su opinión. La respuesta de Jesús les permite reconocer que no han comprendido el sentido de esa justificación que avala la separación. Es por la dureza del corazón (sklerokardía: endurecimiento del corazón), el motivo por el que fue dada esa normativa. Jesús les invita a ir más allá, al origen, al ideal, allá donde no había manipulación por el odio y el pecado, y les dice: “desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra… De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre” (Mc 10,6-9; Gen 2,24).
Volver al origen y a Dios nos permitirá replantear nuevamente la vida del hombre hacia un futuro feliz. No temamos vivir la inocencia y la confianza en Dios como los pequeños, porque sólo desde allí, podremos hacer frente a los más grandes peligros que la sociedad atea promueve en todo el mundo.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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