“DOBLE MISIÓN PARA EL CRISTIANO: DAR TESTIMONIO Y NO ESCANDALIZAR”
MC 9,38-48
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
Hermanos, las exigencias del seguimiento de Jesús se hacen más concretas, y ahora, nuestra atención se dirige a los destinatarios de la misión de Cristo. El que es llamado por Cristo debe ir a sus hermanos para llevarles la Buena Noticia y debe hacerlo con su palabra y con su ejemplo, dos acciones que delinean el sentido de este pasaje evangélico.
Ya hemos meditado en profundidad sobre la mentalidad mundana y la mentalidad de Dios, y cómo al asumir alguna de ellas persona dirige y da proyección a sus acciones y a su misma vida. El espíritu de rivalidad y de egoísmo no debe presentarse en aquellos que están llamados a vivir y encarnar los principios evangélicos, como son: la humildad, el perdón, la caridad, el servicio, etc.
Desde el Antiguo Testamento, el respeto al nombre de Dios era algo que se tenía en grande consideración. Invocar el nombre de Dios era reconocerlo e invocarlo (Sal 75,2). Glorificar su nombre era signo de que la glorificación era dirigida a su persona, a su ser, aún sin reconocerle totalmente. Así lo pronunciaba el profeta Jeremías: “No desprecies, por amor de tu Nombre, no deshonres la sede de tu Gloria. Recuerda, no anules tu alianza con nosotros” (Jer 14,21). El nombre de Dios que no podía pronunciarse ahora es conocido. Jesús nos enseñó a llamarle Padre y nosotros reconocemos que Jesús es el Hijo de Dios y que, en su nombre y por su nombre, nuestra alabanza se eleva a Dios. “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo y en la tierra…” (Flp 2,10).
El Evangelio nos presenta la reacción del discípulo Juan frente alguno que expulsaba demonios en nombre de Jesús y se lo prohíben. Esta oposición y rechazo es corregido por Jesús, quién les invita a reconocer que, si alguno realiza algo en su nombre, lo hace porque confía en la fuerza de su palabra y en su autoridad, y por tanto no sería capaz de hablar mal de Él o de estar en contra de Él. El nombre de Jesús nos debe reunir y congregar, pero en una misma fe. A todos aquellos que comienzan a creer en el nombre de Jesús debemos acompañarlos con el ejemplo y con el testimonio. Esta es y debe ser la misión de la Iglesia, hacer que todos sean incorporados para siempre a Cristo y sean salvados por Él, y que todos lleguen al conocimiento del camino, de la verdad y de la vida que conduce a Dios.
De igual manera, además del testimonio, debemos evitar el escándalo, ser piedra de tropiezo para los demás. El texto los identifica como los pequeños (mikrós) en la fe, quienes no deben ser escandalizados (skandalízo: inducir a pecar, hacer tropezar, hacer caer, escandalizar). La gravedad del escándalo en la vida de la Iglesia y en la vida de cada comunidad hace daño y eso no puede ser permitido y tolerado. Si nos damos cuenta, en estos tiempos existen no solo personas, sino también instituciones, medios de comunicación y autoridades, que inducen a pecar, y que además institucionalizan el pecado para que el hombre ni siquiera se pregunte si está bien o no lo que hace. Todas esas acciones que destruyen, y son motivo de escándalo para los demás, son una gravísima ofensa a Dios y a su nombre. La ejemplaridad de vida, el testimonio fiel y la cercanía al que lo necesita, serán los medios que permitirán al hombre instaurar el Reino de Dios en el mundo.
Urge el ejemplo y el testimonio frente a los pequeños para ayudarlos y salvarlos, aunque eso nos implique renunciar a nuestras comodidades, gustos, placeres e intereses. Por eso el Evangelio nos exhorta a renunciar a aquello que es motivo de pecado o escándalo: “si tu mano… si tu pie… si tu ojo te es motivo de escándalo, córtalo” (vv. 43-48). Evidentemente no es una invitación a una práctica literal, porque de nada serviría arrancar todos los miembros de nuestro cuerpo, cuando la ambición, la envidia y los males, se originan dentro del corazón. Es allí donde tenemos que cortar, arrancar y evitar toda ocasión de pecado que lleve al escándalo de los más pequeños. La palabra de Dios, por tanto, será el arma con que podremos extirpar del corazón los gérmenes de maldad y será la comunión con el cuerpo y sangre de su Hijo, la que nos fortalecerá para dar un auténtico testimonio de vida nueva para todos nuestros hermanos.
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