LA HUMILDAD Y EL SERVICIO, RASGOS DEL DISCÍPULO DE JESÚS
MC 9,30-38
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
El Evangelio de hoy nos presenta dos elementos que sostendrán la verdadera identificación del discípulo con Jesús: ser el último y el servidor de todos. Estos dos rasgos muestran que la manera de entender el servicio es amando y estando al cuidado de los más pequeños, y no, ostentando el poder y la grandeza que hace tanto daño.
San Marcos, muestra a los discípulos dispuestos a seguir a Jesús y a cumplir con las condiciones que apenas les había indicado (Mc 8,31-38), pero los discípulos no están en condiciones de asumir tal alta misión; hasta este momento, proyectan su misión desde lo que humanamente pueden comprender, por eso se entiende la discusión que llevaban por el camino, preguntándose quién sería el más importante. Jesús les pregunta: ¿Qué iban discutiendo por el camino? Discutían quién era el más importante (megas: grande).
Partiendo de esto constatamos una verdad: el poder siempre será atractivo y atrayente para el hombre, quien mientras se encuentre en el mundo, estará sometido a la tentación del poder y a la seducción del pecado. Esta situación no está lejos de toda institución humana ni de ninguna comunidad religiosa, donde casi instintivamente se busca ser el más grande, el importante, el que tenga el poder. Lamentablemente, en los espacios de servicio y en muchas instituciones se favorecen estas dolorosas diferencias y sus respectivas consecuencias. La manera cómo reorientar y hacer frente a esta realidad es permitiéndole a Dios que renueve la propia persona, comenzando por el interior y prosiguiendo después con las obras y la vida.
La grandeza o el valor de una persona no lo da un puesto; el valor se lleva dentro y se debe manifestar a los demás en las obras. Si las condiciones interiores no son rectas ni buenas, allí no habrá grandeza, sino prepotencia y dominación. De hecho, cuando esta situación va acompañada de la ignorancia, entonces la persona y sus acciones demostrarán un autoritarismo despreciable.
Cuando el hombre que ostenta el poder y se deja guiar por principios mundanos y malignos, entonces se vuelve un enemigo de toda virtud y de todo bien. Esto mismo nos presenta el libro de la Sabiduría, al delinear al hombre que pretende anular al hombre bueno porque es un reproche a su modo de vivir: “Pongamos trampas al justo, que nos fastidia y se opone a nuestras acciones; nos echa en cara nuestros delitos y reprende nuestros pecados de juventud” (Sab 2,12).
Todas estas acciones contra el justo, afirma el apóstol Santiago, proceden del propio pecado: “¿De dónde proceden guerras y contiendas entre ustedes? ¿No es de sus deseos de placeres que luchan en sus miembros?” (St 4,1). La codicia y la envidia producen la guerra y la división y están al servicio del poder. Por tanto, nos extrañe que queriendo vivir rectamente en este mundo y en una sociedad mundanizada, seamos atacados por vivir en la verdad y no en el error; por eso, el Evangelio es incómodo para quién ha decidido servir a otros señores. Recuerda que Dios permanece siempre cerca de sus fieles.
En los parámetros de Dios no entra quién es más importante o no, esas son categorías humanas, que mal entendidas sirven de instrumentos de división. Todo hombre tiene la misma dignidad y es objeto del amor de Dios, pero quien aprende a vivir como Jesús y se deja llevar por su sabiduría, ese será grande. Jesús no se opone al deseo de querer ser el primero, pero clarifica que debe ser a la manera de Dios, siguiendo sus palabras y obedeciendo a sus mandamientos, afirma: “Si uno quiere ser el primero, sea el último de todos y el servidor de todos” (Mc 8,35), porque desde el servicio y la humildad podremos realizar perfectamente la misión encomendada, para bien de todos y para mayor gloria de Dios.
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