“VOLVER AL SEÑOR DE CORAZÓN ES EL CENTRO DEL CULTO”
MC 7,1-8.14-15.21-23
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
A lo largo de la historia humana, el hombre ha tenido experiencia de las normas, los mandamientos y las leyes. Sin duda, en muchas ocasiones estas normas han llegado a ser asfixiantes para el ser humano, y han demostrado ir en contra de su libertad y de su dignidad. La verdadera ley y el mandamiento buscará ante todo la proyección y el desarrollo del hombre. Ahora bien, hablando desde un punto de vista espiritual y religioso, el mandamiento, el precepto y la ley tendrá que acompañar el proceso de madurez espiritual del hombre, y no su esclavitud y opresión. Dios ha elegido este camino para mostrar al hombre una vía que le libre de la muerte y le conduzca a la vida. Estos serán medios para procurarse un fin.
Evidentemente el paso de los siglos hizo que el hombre multiplicara y adaptara los preceptos divinos, apartándose de lo esencial. Jesús en el Evangelio vuelve a recordar a Israel el sentido de la ley y sobre todo su finalidad. Sin embargo, para el pueblo judío, Jesús aparecerá como un trasgresor de la ley, como uno que no cumple o viola los preceptos que religiosamente el pueblo conservaba. Podemos preguntarnos, ¿de verdad Jesús estaba contra las tradiciones judías? ¿Jesús estaba contra lo que había Dios decretado en el pasado? Evidentemente no, Jesús no está en contra de lo que Dios ha decretado, de hecho, en algún momento lo dice: “No piensen que he venido a abolir la Ley y los Profetas. No he venido a abolir, sino a dar cumplimiento” y más adelante dice: “el que los observe y los enseñe, ése será grande en el Reino de los Cielos” (Mt 5,17-19). En este sentido, la interpretación errada de la ley de Dios es corregida por Jesús. La letra no debe sofocar el espíritu, y los preceptos no deben suplantar al Señor.
Jesús siendo Dios tiene toda la autoridad para decretar y reordenar el sentido de la ley dada por Dios y, desde el principio de su vida pública, su interés fue liberar al hombre de toda atadura y proyectarlo hacia una relación nueva con Dios. Sus normas y preceptos están basados en el amor y la misericordia. De hecho, el mandamiento principal de la ley es amar a Dios sobre todas las cosas (cfr. Dt 6,5). Para los que creemos en Dios hay una estrecha relación entre el precepto dado por Dios y el culto que se le ofrece, mismo que debe brotar del corazón. El culto a Dios va más allá de presentar una ofrenda, de dar una limosna, o de ofrecer un don. El Culto a Dios parte del interior y se manifiesta, además, con gestos exteriores.
Es importante reconocer que el culto que agrada a Dios implica una sincera entrega desde el corazón, en donde también, deben estar implicados los demás: el prójimo, el pobre y el necesitado. Así lo escuchamos en el salmo: “¿quién será grato a tus ojos Señor? El hombre que procede honradamente y obra con justicia, el que es sincero en sus palabras y con su lengua a nadie desprestigia” (Sal 14,2-3).
Por eso, pidamos el don de escuchar la palabra de Dios con alegría en el corazón, y también pidamos la gracia de poder ponerla en práctica, aun cuando ésta implique ir contra corriente y contra la propia voluntad, para que el culto que ofrecemos a Dios sea agradable a sus ojos. Solo quién sabe someterse al amor a Dios y a sus mandamientos encontrará el sentido del verdadero culto a Dios y de la relación personal con Él.
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