“DECIDIRSE POR DIOS ES ASEGURAR LA VIDA EN SU PRESENCIA”
JN 6,55.60-69
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
La vida está hecha de decisiones que van determinando nuestra proyección personal y también comunitaria. Es importante que nuestros criterios de elección, después de Dios, sean la verdad y el bien, para poder encontrar la tranquilidad y poder gozar de todos los beneficios que Dios nos ofrece. Dios no puede ser la última opción de nuestra vida, sino la primera y la única, porque todo tiene consistencia en Él.
Cuando nos decidimos por algo, generalmente tomamos en cuenta la conveniencia de aquello que elegimos. Siempre nuestros criterios son: elegir el bien y rechazar el mal; en este sentido, nos equivocaríamos terriblemente si eligiéramos el mal en lugar del bien. Cuando así sucede, que se prefiere el mal, pudiéramos decir que algo no está bien en nuestros juicios. Nos dirían: “estas ciego…”, “no te entiendo…”, “no estas bien de la cabeza”, etc. En este sentido, el peso de la experiencia para decidir es muy importante. Partiendo de este presupuesto nos damos cuenta de que Dios ha mostrado al hombre lo mejor de sí para que éste pudiera decidirse por Él. Nadie como Dios ha mostrado su amor y su cuidado por la humanidad, al punto que se ha entregado totalmente para que el hombre aprenda también a donarse.
En la Sagrada Escritura encontramos muchos testimonios que nos muestran cómo Dios fue preparando al hombre para que pudiera reconocer su existencia, su compañía y, sobre todo, su amor. Que importante es reconocer que lo que Dios ha realizado, porque lo ha hecho también por mí. Frente a estos gestos del amor de Dios, el hombre debería corresponder con una confianza total y una entrega absoluta.
El texto del Evangelio que hoy meditamos, nos presenta a una comunidad de discípulos que siguen a Jesús con admiración, pero que al escuchar sus palabras se escandalizan, sus palabras les parecen insoportables y ya no quieren caminar junto con Él, ya no querían seguirlo. Jesús mirando a los doce les dice: “¿también ustedes quieren irse?” (v. 67). No les pregunta como aquel que les ruega, o les pregunta con tono triste para encontrar una respuesta positiva. Les pregunta con determinación, sabiendo que es la última oportunidad que tienen: o están con Él, o se apartan de Él. Jesús no diluye la exigencia de su mensaje en unas pequeñas obras buenas, cómo solemos hacer, No; la exigencia de su palabra permanece vigente por todos los siglos. No podemos quitar, endulzar o acomodar la palabra de Dios para que no sea tan dura a los oídos del creyente de hoy, debemos presentarla, así como es: “llena del Espíritu, viva y vivificante”, porque no existe nadie que pueda ofrecernos lo que Dios nos ofrece.
Frente a una cultura que desea debilitar y diluir la fe, debemos responder con Pedro “¿Señor a quién iremos?” (Jn 6,68); y también con la convicción de Josué y de aquellos que querían permanecer fieles a Dios: “lejos de nosotros abandonar al Señor” (Jos 24,16). Hagamos propia la experiencia de salvación y encuentro con Dios, porque, ante la evidencia de lo que Dios ha hecho y hace por nosotros, nos vendrá desde el profundo del corazón la convicción de permanecer del lado de Dios. ¿Y tú, del lado de quién estás?
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