UN ALIMENTO QUE NOS DA VIDA Y NOS DA SABIDURÍA
JN 6,51-58
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
En nuestra cultura hodierna, cada vez más nos preocupamos por la calidad del alimento, procuramos elementos orgánicos, sanos, que puedan ofrecernos nutrientes, de esta manera evitaremos los efectos dañinos de los alimentos llamados chatarra. El cuidado se hace más evidente cuando experimentamos los estragos de una alimentación carente. De alguna manera, nos decidimos por lo mejor, aun sabiendo que estos productos buenos y saludables son más costosos. De hecho, hemos escuchado una expresión: “lo bueno cuesta”. Ahora bien, partiendo de este razonamiento el Evangelio nos presenta a Jesús que ofrece su carne y su sangre como alimento para poder tener vida: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6,54-55). El efecto de comer el cuerpo de Cristo es la vida de Dios en nosotros, que ya desde la antigüedad se había manifestado como el cuidado de Dios hacia el pueblo de Israel, a quien no permitía que le faltara lo necesario, especialmente su amor y sus cuidados.
En el Antiguo Testamento encontramos, además, la temática del banquete, símbolo de comunión y de relación amigable; sobre todo, del alimento ofrecido para dar sabiduría. El libro de los Proverbios nos presenta la Sabiduría que prepara un banquete e invita por los caminos a alimentarse de sus frutos, diciendo: “Quien sea inexperto, que venga aquí. Y a los insensatos les dice: Vengan a compartir mi comida y a beber el vino que he mezclado” (Prov 9,4-5), esto nos permite reconocer que convivir y estar presente a la mesa de la Sabiduría es la manera como se puede experimentar la vida nueva, aquella que solamente Dios puede ofrecer.
Cristo, lo dirá san Pablo, es “Sabiduría de Dios y Fuerza de Dios” (1Cor 1,24), Aquella sabiduría que no se queda escondida en Dios, sino que es comunicada y compartida con el hombre que se abre a la comunión con Dios. Por tanto, es ahora Jesús quien nos invita a alimentarnos de ese pan de vida para poder tener vida eterna. De hecho, la vida de un creyente se fortalece con el alimento que Jesús nos da; y es justamente en ese momento que producimos frutos de vida para el mundo: somos más justos, más misericordioso, más sabios, más cómo Jesús, así lo dirá san Pablo: “nosotros tenemos la mente de Cristo” (1Cor 2,16).
Retomando el sentido del alimento saludable, podemos afirmar que la Eucaristía es el alimento saludable, es decir que es capaz de darnos la salud. Recordemos que la palabra latina “salus” significa salud y también salvación. Así que, el Pan de Vida, el cuerpo de Cristo es capaz de darnos la verdadera vida y la salvación. Ya lo decía el Señor: “el que coma este pan vivirá para siempre” (v. 58).
Si de verdad queremos experimentar en nuestra vida una fuerza extraordinaria que nos haga sobreponernos a los problemas, pruebas y dificultades, tendríamos que pensar también en ese alimento espiritual que es necesario para nuestra vida. Seria contradictorio pensar en encontrar la salud física y la armonía con nuestro cuerpo y dejar de lado la realidad espiritual de la que estamos hechos; porque sí, estaríamos muy sanos en el cuerpo, pero enfermos y débiles en el espíritu. Por tanto, acojamos con alegría la invitación de la Sabiduría de Dios a alimentarnos de sus frutos para tener vida, sabiduría y, sobre todo, la felicidad ya desde este mundo. Recordemos las palabras del Salmista que nos dice: “haz la prueba y verás que bueno es el Señor” (Sal 33), solo así, podremos ser testigos de que también vale la pena preocuparnos por aquello que de verdad nutre nuestra alma y nuestro espíritu y procuraríamos ese alimento saludable a toda costa.
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