“SIN LA AYUDA DE DIOS NUESTRAS FUERZAS SON INSUFICIENTES PARA SEGUIR”
JN 6,41-51
POR: Pbro. Jorge Armando Castillo Elizondo
En la vida, en más de alguna ocasión, todos hemos experimentado la fragilidad y la flaqueza; hemos experimentado la falta de aliento y de fuerza para seguir adelante. En ocasiones, esta experiencia va acompañada por la enfermedad y otras veces por situaciones externas que tocan el corazón y desmoralizan. Aún en pleno vigor experimentamos el deseo de dejar de luchar y de dar fin a lo que estamos realizando. Esta experiencia, en parte, es muy humana y connatural al hombre.
En la primera lectura del libro de los Reyes, el profeta Elías después de un largo recorrido por el desierto, mientras huía de sus enemigos, sintió desfallecer, imploró la muerte y dijo: “¡Ya es demasiado, Yahvé! ¡Toma mi vida, pues no soy mejor que mis padres! Se recostó y quedó dormido bajo una retama” (1Re 19,4-5). Pero Dios por medio de su Ángel lo despierta y le ofrece de comer: “un ángel lo tocó y le dijo: Levántate y come. Miró y a su cabecera había una torta cocida sobre piedras calientes y un jarro de agua. Comió y bebió y se volvió a recostar” (vv. 5-6). Pero de nuevo el Ángel le despierta y le pide se levante porque el camino es largo. Tal fue el don, que con la fuerza del alimento pudo caminar durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el monte de Dios. Dios previó el alimento del profeta que le daría la vitalidad para caminar durante ese tiempo.
Los panoramas que vivimos en el presente pueden hacernos perder la esperanza y decir: “ya no hay nada que hacer…”, “nada tiene sentido…”, “para que seguir viviendo…”, etc., sin embargo, el alimento que Dios nos ofrece nos ayuda a atravesar este desierto existencial para poder llegar a la tierra prometida. Ahora bien, ¿Qué alimento nos ofrece Dios para seguir caminando con fuerza? El alimento es la Eucaristía; pero debemos comprender a fondo el misterio de la presencia real de Jesús en el pan de vida. Lo primero es tener clara su unión con Dios Padre; segundo, comprender su misión entre nosotros como Aquel que viene a dar la vida eterna, que es propiciada por dos acciones: creer en Él y comer su carne que se entrega en el signo del pan, llamado: pan de vida (eternidad), pan que baja del cielo (encarnación), pan vivo (presencia histórica), pan-carne (presencia eucarística).
La comunión con Cristo en la Eucaristía nos hace entrar en el mundo de la gracia, en el mundo de Dios. Dios comunica su misma vida al hombre para hacerle capaz de esa vida eterna, y esta vida divina se acrecienta en nosotros como fruto de la gracia de Dios, misma que se nos da por medio de los sacramentos y de la oración. Por eso Jesús afirma que es necesario comer su carne para tener vida eterna.
Ese pan que el profeta recibió para seguir caminando era figura del pan que baja del cielo, para permitirnos caminar hasta la vida eterna. Así mismo, aquellas palabras que el Ángel del Señor dirigió al profeta Elías son, de alguna manera, la exhortación más importante que la Iglesia debe dirigir hoy a sus hijos: “levántate y come”.
La invitación a participar en la Eucaristía será la manera de propiciar en los demás el encuentro con Dios y por tanto la salvación. Levantarse quiere decir, dejar atrás el pasado, pedir perdón, sanar el interior, cortar con el mal y ponerse nuevamente de pie para alimentarse de Dios. Levantarse de la incredulidad, del desanimo, de las situaciones de pecado que nos debilitan y nos privan del alimento que da la vida. No podemos anunciar lo contrario: “quédate donde estás y no comas”, porque entonces estaríamos propiciando la debilidad y la enfermedad espiritual en muchas almas. Cristo exhortó a venir hacia Él, a creer y a comer su carne; esa tendrá que ser nuestra misión como Iglesia: llevar a todos a Cristo, profesar una misma fe y celebrar juntos la Eucaristía.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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