LA ABUNDANTE BENDICIÓN DE DIOS SACIA NUESTRA NECESIDAD
JN 6,1-15
PBRO. Jorge Armando Castillo Elizondo
Una de las necesidades fundamentales del hombre es el comer, la necesidad del alimento. Experimentar el hambre es signo de que no estamos completos, de que somos creaturas y que nuestra vida también depende de lo que podamos comer. En la narración de la creación escuchamos que el hombre tiene que trabajar para procurarse el pan: “con fatiga sacarás de él el alimento todos los días de tu vida. Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan” (Gn 3,17-19).
Dejar de comer nos hace debilitarnos, enfermar y morir. En este sentido Dios quiere para el hombre la vida y la salvación, por eso procurará que al hombre no le falte nada: “abres tu mano y nos sacias de favores” (Sal 145,16). Así también, cuando el pueblo de Israel renegó de haber salido de Egipto, porque no tenía que comer, Dios les bendice y acompaña con el maná y con las codornices (Ex 16,12), el pueblo no debe olvidar que si camina de la mano de Dios nada le falta. Esta certeza debe acompañar también nuestra vida y debemos reconocer la acción de la Divina providencia.
Ahora bien, el hambre que el ser humano experimenta no se reduce únicamente a la necesidad del pan material, sino que denota, además, su necesidad de Dios. Interiormente el hombre necesita que Dios le nutra y alimente. Ya en estos signos naturales comienza a proyectarse el sentido de la Eucaristía para el hombre, Cristo que alimenta con su cuerpo y con su sangre a los suyos.
El Evangelio de este domingo nos muestra la compasión de Jesús por la multitud que lo seguía. Jesús se preocupa e incluye a los apóstoles en esta delicada misión y les pregunta: «¿Dónde nos procuraremos panes para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer” (vv. 5-6). Si nos damos cuenta, aun cuando Jesús pudiera realizar el milagro a expensas de sus discípulos, sin embargo, los incluye para que ellos proporcionen lo que está en sus manos, Dios hará la segunda parte.
Este pasaje, sin duda, nos presenta los sentimientos más humanos de Jesús al compadecerse del hambre de aquellos que le seguían; sus discípulos tienen que sentir como el Maestro, por eso se les invita a que intervengan. Felipe ve las limitaciones, Andrés ve las posibilidades, pero Jesús ve las realidades. En ese sentido tendríamos que comenzar a ver más positivamente la realidad y presentar a Jesús lo poco o mucho que podamos encontrar. Recordemos que el resto lo hace el Señor.
Los sentimientos de compasión hacia el necesitado deben movernos a realizar algo por ellos, y a luchar contra la insensibilidad y el desinterés propios de nuestro tiempo. La Iglesia debe resplandecer por su cuidado hacia quien más necesita de Dios. Recordemos que la abundancia de la bendición de Dios no se escaseará porque su poder es infinito y su compasión viene en ayuda de nuestra debilidad.
Pongamos todo lo que esté en nuestro empeño para trabajar por el pan necesario para nuestra vida y la de nuestras familias; pero procuremos que esta no sea esa la única preocupación sobre este mundo, porque estaremos con el estómago saciado, pero con el alma hambrienta, enferma y débil. Al contrario, trabajemos por el pan de Vida Eterna que nos permitirá saciar nuestra alma y procurar los bienes que necesitamos para ser verdaderamente felices.
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