DOMINGO VI DE PASCUA
JUAN 15, 9-17
POR: Pbro. Juan José González Sánchez
Reunidos en torno a Jesús que es sacramento de solidaridad de entendimiento y de comunión; lo vivimos con gran sentimiento de Paz. Él es nuestra paz. Así se revela resucitado.
Sin embargo, la vida, también la de los bautizados en Cristo, es compleja; los conflictos y debates los tenemos hoy como los tenían en la primitiva comunidad. Cuando queremos encarnar la fe en lo social y en la cultura, no faltan problemas y tensiones. Para proceder con equilibrio se nos ha dado el Espíritu Santo que nos enseña y recuerda el mensaje de Jesús. Su presencia resulta decisiva para la buena marcha de la Iglesia.
Ojalá que contemos siempre con el Espíritu Santo que vino a nosotros con el bautismo y permanece en nuestra vida para siempre; si nos dejamos conducir por Él, nos veremos libres de muchas normas y tendremos más convicciones asumidas con libertad. Como hombres y mujeres bautizados en la Pascua del Cordero, con una responsabilidad y unos derechos, en una Iglesia compuesta principalmente por laicos que viven de la Pascua y para la Pascua, y esa vida y confesión nos hace reconocer la participación en la unción del Espíritu de Cristo, concediendo a cada bautizado y bautizada, participar del único sacerdocio: el de Cristo. Él, va mucho más lejos de lo que mandan las leyes o los mandamientos.
El Evangelio presenta mensajes de despedida. Jesús se va, pero garantiza su presencia por medio del Espíritu. Nos recuerda que somos seres habitados, morada de Dios. Y vuelve a mencionar la paz como un regalo. Y la paz que Él nos da es símbolo de su compañía: produce seguridad, aleja la cobardía y abre la esperanza. Por tanto, que no se encoja el corazón ni se acobarde.
En este momento de la historia, cuando ya vemos como lejana “la pandemia”, podemos caer en la tentación de creer que ya paso todo. Tendemos a olvidarnos de lo que nos ha producido dolor; quizá sea una forma de supervivencia, pero no podemos olvidarnos de nuestra vulnerabilidad, de la fragilidad de la vida, lo fácil que es perder la salud, y con ella todos los proyectos. ¿Quién no ha sufrido alguna enfermedad en su familia o en uno mismo? Nadie está libre de padecer enfermedad. Los enfermos merecen toda nuestra atención: familiar, sanitaria, social, y espiritual. Ellos fueron uno de los colectivos preferidos del Jesús. En los enfermos desbordó especialmente su sensibilidad y sus signos de salvación.
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