Mateo 23, 1-12
POR: Pbro. Juan José González Sánchez
La doctrina y el testimonio de Jesús siempre serán chocantes y alternativos. Sabemos que tuvo muchos debates con gente influyente de su tiempo, sobre todo de hombres religioso, como los fariseos. Muchos de estos tenían una manera de entender la religión y la vida en general que era opuesta a la de Jesús. Por eso abundan los conflictos. Jesús tenía claro, como cualquier persona sensata, que el ejemplo es lo que convence y lo que arrastra. Casi siempre el ejemplo vale más que los discursos. Sin embargo, Jesús no descalifica por completo a los que no cumplen, porque lo que dicen puede ser valioso: “hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra”.
Con Jesús no va la doblez, la incoherencia o la hipocresía. Decir y no hacer le parce una indecencia. Él va con el ejemplo por delante. Además, es independiente crítico, quiere abrir los ojos a la gente, que no les engañe nadie, invita a ir por la vida despierto. Por eso es tan claro y directo.
En el fondo, lo que se debate en el mensaje de hoy es un modo, un estilo de ser y de hacer comunidad. Tanto la primera lectura como el Evangelio descalifican una religiosidad hueca, de fachada, marcada por la vanidad y la ostentación, mientras que Jesús propone una comunidad fraterna, en la que nadie es superior, solo Dios, y donde la humildad y el servicio deben cultivarse con esmero.
Y así pasó en los orígenes del cristianismo. Los seguidores de Jesús diseñaron las comunidades cristianas con rasgos muy diferentes a la comunidad judía. Rechazaron toda ambición de poder, de protagonismo exhibicionista y optaron por la sencillez, la igualdad, el espíritu de servicio, en definitiva, la fraternidad; siempre en constate referencia al ejemplo de la doctrina y vida de Jesús.
Esta advertencia clara de lo que no se debe hacer y la crítica al estilo anti-testimonial que a veces se ve en algunos de los que guían al Pueblo de Dios, no tiene cabida hoy en la Iglesia de Jesús. Después de dos mil años de cristianismo, es hora de reflexionar seriamente sobre este asunto.
Recordamos el salmo: “Señor, mi corazón no es ambicioso, ni mis ojos soberbios; grandezas que superan mis alcances no pretendo”. Recordamos una vez más: el talante cristiano siempre debe ser testimonial, coherente, humilde y de servicio.
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