Mateo 22, 15-21
POR: Pbro. Juan José González Sánchez
Con qué sencillez y precisión describe la segunda lectura la misión evangelizadora: “nuestra predicación del Evangelio entre ustedes no se llevó a cabo con palabras, sino, también con la fuerza del Espíritu Santo, que produjo en ustedes abundantes frutos”. Para que la Palabra de Dios produzca efectos en el corazón de los que la escuchamos, nada mejor que estar llenos del Espíritu, de la fortaleza, del deseo profundo de conversión; es decir dejarnos llenar por Él. “De la abundancia del corazón habla la boca”.
El pasaje evangélico tiene como trasfondo la realidad nacional que se vivía en tiempos de Jesús. Algunos fariseos consideran que esta es una cuestión oportuna para poner en un aprieto a Jesús: que se defina políticamente, a favor del régimen establecido por Roma, o a favor de la resistencia contra el invasor.
Digamos, de paso, que en todo tiempo y lugar ha habido gente tramposa. Jesús lo experimento repetidamente. Muchas veces quisieron enredarlo para comprometerlo. La cuestión del tributo al Cesar es una de tantas. Pero Jesús siempre vivió con atención, con vigilancia y mucha inteligencia. Por eso nunca lo atraparon en un despiste o fuera de juego. Más aún, sabia cuando venía alguien con buena o mala intención.
Aquellos que pretenden cazarlo, suavizan cínicamente la cuestión alabando su honestidad: “Maestro, sabemos que eres sincero y enseñas con verdad el camino de Dios, y que nada te arredra, porque no buscas el favor de nadie. Dinos, pues, qué piensas”. Jesús, que conoce bien a aquella gente les contestó: “Hipócritas, ¿por qué tratan de sorprenderme?”, y les contesta por donde menos esperan.
Él no había venido para dar soluciones a cuestiones políticas, sus objetivos eran mucho más altos, más transcendentes, apuntan a lo alto y lo profundo de los cambios en la sociedad, comenzando por el corazón de cada uno. Con soltura y elegante autoridad, traslada la cuestión política al ámbito religioso: Dios es infinitamente más que el César. Lo hemos escuchado con claridad diáfana en la primera lectura: “Yo soy el Señor y no hay otro; fuera de mí no hay Dios”. Por eso, “den al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.
Este Evangelio de hoy nos invita a ser ciudadanos con criterio propio, despiertos y críticos, y a vivir con un interior tan abundante, que tengamos recursos suficientes para que cuando alguien nos pretenda acosar, sepamos dar una respuesta adecuada a nuestra forma de ver el mundo y la sociedad: Desde la libertad de los HIJOS DE DIOS.
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