Mateo 22, 1-14
POR: Pbro. Juan José González Sánchez
Invitar a alguien a comer es un signo de cordialidad, de celebración agradable y festiva. En torno a un convite fluyen la comunicación, la amistad, el interés por el otro, aflora la intimidad y se acrecienta la confianza. En un banquete los invitados son los importantes.
La imagen de la parábola del Reino de Dios que presenta Isaías es formidable, preciosa: Dios, abierto y generoso con todos los pueblos, quiere hacer una fiesta, porque desea que la corriente de su fidelidad llegue a todos; no quiere ver a nadie triste. Así pues, organiza el banquete de la gran fraternidad con manjares sustanciosos y vinos de exquisitos. ¡Vaya sorpresa! Dios nos invita, nos quiere en el círculo de sus amigos y, además hace de cocinero, de camarero. Ya nos lo dice Jesús: “Yo estoy en medio de ustedes como el que sirve” (Lc 22,27). ¿Se imaginan un banquete así, en armonía y fraternidad universal? ¡Qué maravilla!
Pero, aunque Dios ha preparado la fiesta para todos, solo acuden los verdaderamente pobres, los sencillos y necesitados, los que se abren a su novedad. Los atrapados a sus asuntos y a sus aventuras particulares, están demasiado ocupados. Es la historia repetida, una y mil veces: el Señor nos oferta unos valores superiores y nosotros preferimos los inferiores, y muchas veces incluso contravalores que acaban destruyéndonos.
¿Cuántos aciertan a disfrutar la espiritualidad, la vida cristiana, el Evangelio? Estamos viendo que no es una invitación a vivir teñidos de sombras, todo lo contrario, es una invitación a una fiesta deslumbrante. Entonces, ¿porque hay tantos que se niegan a acudir y dan la espalda?
En la actualidad también recibimos esta invitación. Sabemos que la asistencia es libre y gratuita. Solo hay una condición: ir con el traje de fiesta. Pero no tenemos que ir a comprarlo. Se trata de ir con el corazón renovado, con el alma limpia, con los ojos brillantes. No se puede uno sentar en la mesa de la fraternidad de cualquier forma, sino transformados, convertidos, como corresponde a los hijos de la familia de Dios.
¿Son nuestras Eucaristías símbolo de este gran banquete del Reino de Dios?
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