POR: Pbro. Juan José González Sánchez
*Mateo 21, 33-43
La parábola de hoy domingo se dirige de manera directa a los que somos su Iglesia. Dios nos ofrece una historia de salvación, pero parece que esta historia está llena de fracasos, representados en el trato recibido por los criados: golpes, muerte y lapidación.
En el culmen de la historia, Dios nos ha enviado a su propio Hijo. La reacción de los arrendadores es clara: quedarse con la viña. El hijo es expulsado de la viña para eximirse de toda responsabilidad y allí es asesinado.
Pretenden ser dueños de lo que eran administradores. Ante la pregunta de Jesús a los sumos sacerdotes, la respuesta es igualmente violenta: dar muerte a los malvados y cambiar de arrendadores.
Pero nos deja perplejos: lo que Dios nos propone es apoyarnos directamente en el Hijo, en su amor (la piedra angular desechada por los arquitectos), y darle la administración de la viña a aquellos que sean capaces de entregar los frutos al verdadero dueño.
Es una llamada a no apropiarnos del Reino de Dios. Estamos a su servicio para que produzca fruto, especialmente para los más pobres, aunque a los ojos del mundo, el seguimiento de Jesús se vea como una historia de fracasos.
Los frutos están claros: dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar al enfermo y aquel que está encarcelado y acoger al migrante.
Trabajamos para Dios, no trabajamos para nosotros mismos. Pero todo eso no lo podremos hacer si no nos apoyamos en Jesús, nuestra piedra angular.
¿Qué pasará si no damos esos frutos?
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