Distribución de mi casa
Casi todos en la vida queremos tener una casa. Trabajamos arduamente para tenerla. Pero yo, desde hace algún tiempo, me siento sin casa. Me siento como echado de todas las casas y países posibles. Me veo, y decirlo así parece fácil, parado en la parada de un autobús esperando a un autobús que yo sé que no llegará nunca porque es domingo y los domingos no hay autobuses. Sin embargo, si tuviera dinero para una casa la construiría sobre unas cuantas palabras: amor, mar, pájaro, mujer, jardín. Palabras sobre las cuales, estoy convencido, se puede construir una casa. Mi casa tendría, obviamente, una distribución distinta a las casas que todos ya conocemos, y que nos cubren también, de algún modo, de la lluvia. La mía tendría una habitación para la novela, otra habitación para el microrrelato, la amplia sala para el ensayo, el comedor y la cocina para las traducciones, el techo para los artículos periodísticos, y para los cimientos, que no se ven pero que sostienen la casa, la poesía. Alguien podría creer que a una casa así la tumbaría el soplido del más flaquirucho de los lobos, pero no es así. Yo he escuchado rugir el viento dentro, que es donde por ahora la llevo, y la casa no ha cedido ni un milímetro. Sigue en pie, llena de luz y con las ventanas echadas hacia el viento.
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