Los pasos recobrados
Uno a veces olvida, en algún lugar, algún día impreciso, sus pasos. Los deja ahí descalzos a mitad del naufragio, en una calle o avenida, en algún centro comercial o país, y no los vuelve a ver. Es más: uno cree que esos pasos, como todo en la vida, murieron ahí de inanición o de angustia o tal vez algún distraído, como los tantos que hay por todas partes, les pasó las dos llantas de su bicicleta por encima. Así cree uno ingenuamente. Que todas las cosas que nacen, mueren. Pero no: hay cosas, como los pasos (esto es un amor, un recuerdo, etcétera), que no mueren. Quedan extraviados nomás, rebotando entre las cuatro paredes de un olvido aparente.Yo, por ejemplo, dejé unos extraviados en los pasillos de la Nogales High School, allá en California, donde estudié hace más de veinte años. Hace poco hice un descanso en el camino y pensé que sería bueno ir a buscarlos. Ir a buscarlos como el que va buscando una moneda de a peso en el fondo del estero. Yo estaba seguro de no encontrar ni un solo rastro de lo que fue alguna vez mi recorrido de mi casa en la calle Abelian a la High School, pero no: no sólo estaban mis pasos en pie sino también los mismos pájaros, los árboles, las calles pobladas de hojarasca y, por encima de todo, ese claroscuro que se levantaba como una polvareda entre todo eso que había vivido y todo aquello que (hoy después de veinte años lo veo) me faltaría por vivir.
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