
POR: Guadalupe Coronel
Hace dos años mientras atendía a una de mis clientas y platicábamos de temas nada peculiares, ella sacó a la mesa un comentario bastante fuera de lo común y de repente me preguntó: ¿le puedo pasar tu número a mi cuñado? a lo cual, con una sonrisa nerviosa le dije: -claro, con tu cuñado, a tu primo, a tu hermano-, poniendo énfasis en lo sarcástico de mi respuesta, con una mirada enérgica vuelve a decir: no es broma, ¿le puedo pasar tu número a mi cuñado?, entonces entendí que la pregunta requería de una respuesta seria.
Traté de indagar el propósito de la conversación y la pregunta que me hacía, y ella brevemente sin más preámbulo me dijo que su cuñado vivía en California y me había visto en una foto que subió en sus redes sociales mi clienta meses atrás, que quedó encantado y deseaba contactarme lo más pronto posible.
Me parecía demasiado extraño y ciertamente curioso que me dijera todo eso porque yo estaba viviendo en ese entonces una etapa de ruptura amorosa reciente, me sentía deprimida, con la auto estima por los suelos y creyendo que no era lo suficientemente atractiva para llamar la atención de alguien más.
Ella seguía insistiendo en que aceptara la propuesta y yo sólo creía que se trataba de un juego que no llevaría a nada, sin embargo, estaba lejos de la realidad. Casi terminaba de atenderla cuando me pidió permiso para pasarle mi número al tipo en cuestión, como para mí eso era algo irrelevante accedí creyendo que con eso pondría fin a la treta.
Pasaron dos semanas, continué haciendo mi vida normal, trabajaba largas horas para entretenerme y tratar de dejar mi tristeza al lado, sin obtener el resultado que esperaba. Una mañana mientras abría la cortina de mi local recibí un mensaje de texto que decía: gracias por aceptar pasarme tu número, te prometo que no te arrepentirás de ello.
Sentí un escalofrío que recorría todo mi cuerpo, el corazón latía despavorido y mis manos empezaron a temblar, no sabía que responder y dejé el mensaje en visto por más de 10 horas, al terminar el día, ya recostada en mi cama, me armé de valor y escribí: si se trata de una broma no pienso caer, creo que ya estamos grandes para juegos. De inmediato llegó otro mensaje que decía: concuerdo contigo, ya somos lo suficientemente maduros, pero te prometo que mis juegos te van a hacer sentir muy bien.
Más que intranquila, estaba ansiosa de saber cuáles eran las intenciones que tenía éste hombre conmigo, así es que le marqué para confrontarlo y en dos ocasiones me mandó a buzón, llegó un nuevo mensaje donde me decía: no quiero que conozcas mi voz aún, eso será cuando te tenga frente a mí en persona, te voy a hablar muy cerquita al oído para que nunca te olvides de ella.
Continuó escribiéndome y aclarando que le había gustado mucho en aquella foto que subió su cuñada y que había quedado atrapado en la belleza de mi mirada, yo totalmente incrédula decidí sólo darle por su lado y seguir lo que para mí, no dejaba de ser un tonto juego.
Durante casi dos meses los mensajes llegaban cada noche, todos los días sin falta después de las once, me preguntaba que cómo había estado mi día, me hacía sonreír con un par de chistes y sobre todo insistía en que quería conocerme pronto, para mí resultaba entretenido y me ayudaba a no pensar en mi anterior pareja, así es que no dejé de tener contacto, hasta el grado en que ya anhelaba que se hiciera de noche para volver a platicar con él.
Un día caluroso mientras atendía a una de mis clientas llegó un repartidor con un ramo enorme de rosas blancas, una pequeña nota encima que decía: por cada día que he pasado contigo en la distancia. No pude evitar sentirme nerviosa y por demás emocionada, así es que me decidí a escribirle en ese momento para agradecerle el bello gesto. Para mi sorpresa, no tuve respuesta inmediata, como él acostumbraba a hacerlo, lo cual me pareció bastante raro.
Justo cuando el reloj marcó las once en punto, llegó el tan ansiado mensaje: que bueno que te gustaron, es un placer alegrarte el día. No pude evitar preguntarle porqué había tardado tanto en responder, a lo cual el me escribió: en este juego hay reglas; la primera, es respetar cada una de ellas.
No dudé ni por un segundo de la seriedad de su contestación y lo siguiente que solicité saber fue ¿qué cuáles eran las demás reglas? Y en un sólo mensaje puso: seremos amigos íntimos, la censura no estará presente, tendremos horarios fijos, siempre hablaremos después de las once, todos mis regalos llegarán con una tarjeta firmadas como anónimo, no hablaremos acerca de mi vida personal, me pedirás todo aquello que necesites o te gustaría tener, sin importar el precio y lo más importante, nunca pienses en mí como una posibilidad sentimental, nunca seremos pareja y tú tienes toda la libertad de salir con quien quieras, a cambio te pediré que seas muy discreta, que no hables con nadie acerca de mí y lo que hagamos, también quiero que confíes plenamente y aceptes sin dudar mis propuestas, te aseguro que todas están diseñadas para complacerte por completo.
Para ese momento yo ya estaba encantada con su dichoso juego, así es que sin chistar acepté, pero yo tenía una única condición: que él jamás me obligaría a hacer algo que yo no consintiera, a lo cual de inmediato respondió: no sería capaz si quiera de pensarlo, todo lo que pase entre nosotros será porque tú así lo quieres, sin presiones y a tu propio ritmo.
Un par de meses más pasaron, los regalos y detalles llegaban continuamente, nuestras conversaciones nocturnas cada vez se hacían más intensas, él despertaba en mí un instinto perverso que demostraba en fotografías eróticas y mensajes por demás explícitos, era común usar mis dedos para saciar las ganas que me provocaba, sin embargo mi cuerpo pedía algo más, deseaba tenerlo dentro, haciéndome todo aquello que me relataba en sus textos.
Realmente se convirtió en un vicio textear con él, me prendía leer sus fantasías y me atrevía a enviarle audios mientras alcanzaba el orgasmo, porque como nadie nunca, me hacía liberar la parte más sensual que había dentro de mí, sin sentir pena o remordimiento, desató mis demonios y yo disfrutaba de ellos.
Se acercaba el día de mi cumpleaños, él ya lo tenía en cuenta y me propuso darme de regalo un viaje, con el principal propósito de conocernos en persona finalmente. Los nervios y la ansiedad se apoderaron de mí y por un par de días no respondí sus mensajes, hasta que una noche si más le dije: está bien, acepto tu propuesta.
Me envió el dinero de sobra para comprar los boletos de avión, pagar el hospedaje y demás gastos necesarios para que yo estuviera totalmente cómoda, sin avisar a nadie, si quiera a mi familia me fui, por demás está mencionar el miedo que sentía de no saber qué pasaría en aquel viaje, porque a pesar de todo él era un completo desconocido para mí, pero mi curiosidad por conocerlo era más fuerte que cualquier otro sentimiento.
Durante todo el trayecto mis manos sudaban y mi cuerpo temblaba tan fuerte como latía el corazón, luego de varias horas, al aterrizar le avisé que ya estaba llegando a la ciudad, él me dio indicaciones muy detalladas: debía pedir un Uber para que me llevaría a una plaza cercana a comer algo, después me trasladaría al hotel donde me hospedaría y pediría las llaves en la recepción y una caja blanca que dejaron a mi nombre, entraría en la habitación y al estar allí le escribiría para confirmar que todo había salido de acuerdo al plan.
Hice todas las indicaciones paso a paso, al llegar a la habitación le escribí para notificarle, tal cual me había señalado, me respondió que debía tomar un baño y ponerme lo que estaba dentro de la peculiar caja y que al estar lista debía llamarle por teléfono. Los nervios no se hicieron esperar y nuevamente sentía como mi respiración se aceleraba. Me duché y abrí la caja, dentro había un diminuto conjunto de encaje con liguero negro, un par de zapatillas altas y una hermosa rosa blanca.
Una vez que terminé de arreglarme y con la ansiedad al tope procedí a llamarle, timbró un par de veces y no respondió, por un momento entré en pánico e intenté marcarle nuevamente, justo timbró por primera vez cuando escuché unos pasos acercándose la habitación y la cerradura abriéndose, era él, dejé el celular al lado de la cama y me quedé inmóvil sentada a la orilla.
Su aroma fue lo primero que percibí, vestía una camisa a cuadros de manga larga, pantalón azul y zapatos cafés, su mirada me atrapó por completo, se sentó al lado de mí, dejó las rosas en el buró del costado, deslizó mi cabello hacia atrás de los hombros y me susurró al oído: ¿estás disfrutando el juego?
Giré mi rostro hasta estar totalmente de frente y lo besé con pasión por varios minutos, después él se arrodilló y abrió mis piernas por completo, su lengua hacía que mi nerviosismo se convirtiera en deleite frenético, recorría cada recóndito espacio de norte a sur, mojando aún más lo que ya se derretía dentro de mí.
Continuó lamiendo hasta que sentí que mis ojos se ponían en blanco y el éxtasis me embriagaba, justo en ese instante me giró boca abajo y desabrochó su pantalón dejando salir el ímpetu que guardaba, introdujo un par de dedos por delante y su virilidad por detrás, haciendo que gimiera como loca, entraba y salía ferozmente mientras mi cuerpo experimentaba una sensación sin igual.
Jalaba mi cabello y arqueaba mi cintura mientras continuaba dándome sin piedad su vigor, de entre mis piernas escurría un impetuoso líquido que denotaba el placer máximo que me provocaba tan ejemplar amante. Sin darme pauta al descanso me tomó de las manos y nos pusimos de pie frente al espejo del tocador, elevó una de mis piernas y me volvió a dar su acalorada pasión mientras besaba y mordía ligeramente mi cuello y mi espalda.
Por un rato seguía penetrando cada zona entre mis piernas y nalgueándome con fuerza, diciendo una y otra vez lo mucho que le gustaba, de pronto se detuvo e hizo que girara y bajara hasta ponerme de rodillas, empecé a lamer su enorme miembro con sutileza hasta tocar con él mi garganta, en un par de minutos lo tomó con su mano derecha y pidiéndome que abriera la boca dejó salir un cálido torrente que me bañó el rostro y se escurrió hasta los senos y el abdomen.
La sensación que experimenté al sentir mi cuerpo mojado por él fue increíblemente excitante, tanto así que después de un breve descanso volvimos a repetir el acto en distintas posiciones y ritmo. Después del tercer orgasmo ya mi cuerpo estaba agotado, le pedí que nos recostáramos por un momento, él me abrazó y besó tiernamente, dormimos un par de horas hasta que la luz del día nos despertó.
Durante tres días recorrimos la ciudad, bebimos, bailamos y tuvimos sexo cuántas veces fue posible, sin embargo, el viaje estaba a punto de terminar, yo le pregunté que cuando volvería a verlo y él me respondió que esa sería la única vez, estaba a punto de casarse y yo era su despedida de soltero, su novia vivía en Suiza y ambos se mudarían a vivir para allá.
Me sentí tan triste al pensar que jamás estaríamos juntos de nuevo, y a pesar de que nunca me enamoré de él, la conexión que habíamos logrado era inigualable, una química sexual perfecta, que con nadie más había encontrado. Antes de despedirnos me pidió de favor que borrara todo el chat y que él haría lo mismo, así es que ambos lo eliminamos. Abordé el avión y regresé a mi casa.
Unos días después, habiendo ya perdido todo contacto con él, llegó a mi local la clienta que nos había presentado (de alguna forma), comenzamos a platicar y me preguntó que si había logrado el cometido su cuñado, yo traté de cumplir lo que le había prometido y no dije nada de lo que habíamos pasado, sólo le respondí que sí, había logrado su objetivo. Ella se alegró y me dijo: ¡que emoción, entonces si le vas a confeccionar el vestido de novia a mi hermana!.
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