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NUESTRO INVITADO

Administrador Colimapm | Opinión | 26/06/2021

POR: Guadalupe Coronel

Un viernes como otro cualquiera decidimos salir a beber y cenar algo, ambas estábamos cansadas después de una ardua semana, entre los pendientes de la oficina, responsabilidades del hogar y muchos otros problemas que toda mujer enfrenta día con día estábamos deseosas de desconectarnos del mundo y disfrutar de una noche de chicas.

Llegamos al bar, pensamos en pedir una orden de alitas y ensalada, sin embargo, propuse iniciar con el tequila, así es que ordené  una botella de Don Julio 70, ella me dijo que era demasiado para las dos, pero estaba segura de que esa cantidad era la adecuada para lograr la relajación que necesitábamos.

Para arrancar adecuadamente solicité un par de caballitos, los llené hasta el tope y sin titubear los bebimos haciendo un gesto de ardor en la garganta que quemaba y a la vez nos incitaba a continuar, tomamos un par de “cubas” y después otra ronda de shots, las canciones de Pepe Aguilar amenizaban el lugar.

La plática se tornó interesante, era la primera vez que salíamos juntas, el tequila ayudó a romper el hielo, sonrisas improvisadas y suspiros al aire delataban la necesidad que teníamos de divertirnos y dejar de pensar en el cotidiano vivir. Conversamos de todo y nada a la vez, temas sin relevancia y algunos del mismo existir.

Ella propuso otra ronda de shots, a la cual no pude negarme, unas copas más y la botella ya estaba por terminarse, la cena quedó por completo olvidada, los temas que abordábamos en ese momento eran por completo sexuales, acerca de nuestros gustos, experiencias y fantasías.

Sin lugar a dudas, eso despertó en ambas el antojo, pedimos la cuenta y estando en el coche, sin decir palabra alguna nos dirigimos al motel, seguimos charlando y riéndonos de todo, sin prisa llegamos al lugar y nos tomamos de la mano para entrar juntas al paraíso terrenal.

Los besos y caricias se hicieron presentes, no hubo tiempo para el nerviosismo, ambas sabíamos lo que queríamos y lo que estábamos dispuestas a dar, llenamos el jacuzzi, nos quitamos la ropa con premura y dejamos que nuestros cuerpos calientes se templaron con el agua.

En cierto punto, le pedí que se sentara en el filo de la bañera, abrí sus piernas y dejé que mi lengua se deleitara con el dulce sabor que guardaba entre sus piernas, ella exhalaba suaves gemidos que me hacían disfrutar aún más, continué así por un rato hasta que mis dedos se hicieron presentes, jugaron saliendo y entrando varias veces, pero me di cuenta de que ella necesitaba algo más.

Entonces me detuvo y comentó que su placer dependía de una acción en particular, le dije que me diera un segundo, fui hasta donde mi bolso y saqué un artefacto peculiar, ella me sonrió y sin más, me acerqué y le di el aliciente que hacía falta, sus gemidos se volvieron gritos de placer, el éxtasis  total llegó. Desde entonces, cada viernes, después de beber, sin cenar, volvemos a ese lugar y nunca nos puede faltar nuestro invitado.

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