

POR: Guadalupe Coronel
Era mi entrevista de trabajo, me mordía las uñas de nervios y suspiraba profundamente para tratar de tranquilizarme, las posibilidades de ser aceptado eran casi nulas, estando recién egresado y con mínima experiencia en el área vacante limitaban el éxito de mi cometido, procuré ser positivo, vestí mi mejor traje y me dirigí a la dependencia.
Al llegar me recibió quien sería mi jefe inmediato, un hombre cara dura que me invadió de preguntas típicas de un empleador, respondí a cada una de ellas de la manera más honesta y lógica posible, no me dio muchas expectativas dadas las circunstancias antes mencionadas, sin embargo mis habilidades con los números y en la redacción me daban un margen de esperanza, dado que no dependía de él la resolución final procedió a llevarme hasta la oficina de su superior en jerarquía, los nervios se duplicaron en un instante.
Al llegar, tocó la puerta y se escuchó una voz diciendo: pase! Entré después de mi entrevistador y lo primero que vi fue una hermosa silueta que emanaba un delicioso aroma, que hasta la fecha sigo recordando, me extendió su brazo y me saludó sutilmente, no me apena confesarles que mis manos estaban húmedas ante tal sensación que provocó observarla, nos dejaron a solas y comenzamos a conversar respecto al puesto de trabajo, mientras ella hablaba mi mente se echó a volar, imaginándola en situaciones realmente fantasiosas y en extremo excitantes.
A mi corta edad y con la poca experiencia que tenía, y ya no me refiero al aspecto laboral, estar de frente a una mujer tan bella, sensual e imponente, me hacía sentir como un pobre idiota temeroso, la licenciada Zepeda, quién además de hermosa deslumbraba con su intelectualidad, me había robado el aliento y un poco más que eso.
En cierto punto noté que mi perfil también le parecía interesante, quizá lo que para mí era un defecto para ella era tentador, deslizaba sus dedos acomodando su largo cabello negro, cruzaba sus piernas con sutileza y de vez en cuando ponía la lapicera entre sus labios, provocando en mí una vigorosa reacción.
De pronto se puso de pie y se dirigió hasta la puerta, indicó a su secretaria que no le pasara llamadas ni la interrumpiera, colocó el seguro y se recargó en el escritorio justo en frente de mí, su entallada falda sastre enmarcaba la gloriosa figura que poseía, con una intensa mirada me preguntó: ¿qué estás dispuesto a hacer por conseguir el empleo? A los cual yo de inmediato respondí: todo lo que usted mande.
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