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Estas golondrinas ya no hacen verano

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 27/02/2012

Lo primero que encontramos al abrir la puerta de la casa fue un regadero enorme de excremento de golondrina. Venía directamente de una viga del techo de la cocina. El hombre que nos mostraba la casa dijo: no se preocupen, hoy mismo lo arreglo, y miró con odio los nidos adheridos fuertemente al metal. No es necesario, dijo mi mujer. Yo podría limpiarlos, no hay problema. ¿De veras?, preguntó el incrédulo. Sí, adelanté yo. Vimos el resto de la casa y al final decidimos quedarnos con ella. Una casa vieja pero llena de corredores y ventanas, con un patio grande y a dos pasos del mercado y la plaza principal. La limpiamos y quedó como nueva. Lo siguiente fue contratar el teléfono a fin de evitar la completa incomunicación. Dos días después se presentó un hombre de Telmex. Dijo que venía a hacer la instalación. Tiene que salir de aquí y allá, el cable por aquí, cortar allá, quito esto, hay que poner lo otro, etcétera. Está bien, le dije. Tres o cuatro horas después, me tocó la puerta de la habitación para decirme que había terminado. Me enseñó el trabajo y, orgulloso, como si hubiera ejecutado un acto heroico, añadió: además, mandé a la chingada los nidos de las golondrinas. Miré hacia arriba y me encogí de hombros. ¿Cuánto va a hacer?, pregunté nomás por preguntar. Eso le vendrá en el primer recibo, dijo y se fue silbando. Me quedé con el esqueleto hecho una hilacha, pero igual seguí mi día normal, como todos los días. En la noche, mi hijo, que lo estuvo observando todo, empezó a llorar en el filo de la cama, parado frente al ventanal que da hacia la cocina. ¿Yeso?, pregunté. Me acerqué y vimos lo inesperado: dos golondrinas revoloteando en el techo en busca de sus nidos. Pegaban de un muro a otro, de una a otra viga, como intentando sobrevivir al turbión de orfandad. Al poco se detuvieron sobre un clavito que salía de la pared. El clavito más inmisericorde que hubiera visto en mi vida. Ahí, como pudieron, detuvieron su vuelo. Me dio una tristeza inusual, enorme, que no me cabía en el pecho. Maldije al hombre de Telmex, es cierto, pero también a la humanidad, que, a veces, no se da cuenta que por construir su propia casa, grande y ventilada, llena de corredores y cercana al mercado y la plaza, no le importa pasar por encima, como en los imperios, de la de otros.

rguedea@hotmail.com
@rogelioguedea

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