
POR: Guadalupe Coronel
Moría de aburrimiento, el sonido ensordecedor y las voces del entorno frustraban mi tranquilidad, los murmullos incesantes taladraban en mi cabeza de una forma desquiciada, esa noche mi hermana me convenció de acompañarla junto con sus amigos para divertirnos y ponernos al corriente después de todos los meses que estuvimos separadas, dada su estancia académica en el extranjero.
Bebí algunos tragos tratando de relajar mi fría esencia, me abrumaba de bullicio y la poca coherencia que el alcohol provoca en los humanos, en cierto modo envidiaba esa despreocupación momentánea de los demás.
La noche era fría y mis manos lo delataban, el abrigo que portaba no lograba mitigarlo, eso sumando a mi falta de interés por la vehemente conversación de alrededor me hicieron ponerme de pie y dirigirme hacia la salida a fumar un cigarrillo.
Di un par de pasos y de pronto las luces se apagaron quedando solamente una luz blanca que se dirigía hacia el centro del escenario mientras el humo de ambientación nublaba el espacio, todos callaron y de pronto se escucharon unas intensas cuerdas que encantaban al oído e incitaban a ponerles suma atención, una masculina vos irradió a todos los ahí presentes.
Fijé la mirada hacía él, sus manos en el instrumento recorrían las cuerdas con tal delicadeza que no pude evitar erizar mi piel pensando en lo que haría si me tocara de la misma manera. Su cuerpo inclinado deteniendo el hombro del contrabajo, sus zapatos negros brillantes y su perfecto peinado eran inigualables, todo alrededor desapareció mis ojos sólo se concentraban en él y su música, esa magnética voz logró despertar en mí un extraño calor que se hacía notar en la humedad de mi ser.
Toda la fantasía se tornó tan real, le imaginé con su postura de la misma manera, yo de pie frente a él tocando su torso desnudo con mi espalda y él con sus brazos envolviendo mi cintura besando mi cuello y tocando mis mas recónditas sensibilidades.
Pude sentir su respiración jadeante y su lengua recorriendo mis labios, mientras creaba una dulce melodía que radiaba de mí un dulce néctar, con delicadeza tomaba mi rostro, lo bajaba hasta su cadera poniendo en mis labios su firme virilidad y recorriendo hasta el fondo mi garganta, provocando en él un éxtasis total. Inclinamos nuestros cuerpos hasta el piso y el ritmo de esa melodía con total desenfreno nos entregamos al placer y la lujuria frente a los espectadores que disfrutaban de tan indescriptible escena, su rudeza entró tan profundo que logró exhalar de mí un fuerte gemido que alcanzaba las notas más elevadas antes oídas.
Fue maravilloso, le deseaba y supe que esa melodía perfecta, al igual que su mirada jamás podría olvidarlas, quede allí inerte, mi palpitar enloquecido, mi respiración se tornó profunda y pausada mis manos sudaban y hasta el roce helado del aire me causaba placer.
Dicen que la felicidad se forma de pequeños momentos y con él lo comprobé, fue tan breve pero en mi mente duró lo suficiente para desearle aún más. La canción terminó y él bajó del escenario dirigiéndose hacía mí, el corazón se me detuvo por un instante al sospechar que él había notado mi insistente y feroz mirada, sostuve la respiración y mis pupilas se dilataron al máximo esplendor cuando pude percibir su aroma acercándose, de pronto una voz femenina detrás de mí me susurraba; -mira hermana, de él quería hablarte, te presento a mi novio-.
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