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AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 18/12/2011

Esto también es México

Uno olvida con frecuencia que la vida tiene dos caras Tan simple como esto: una cara buena y una cara mala. Uno también olvida que todas las cosas de la vida (las calles, los viajes, la mujer, los aires) no pueden ser una cara mala todos los días, cada día, ni una buena, siquiera. El día que empezó bien puede acabar estrepitosamente mal. O viceversa. Con estos pensamientos salí aquella mañana del departamento en el que me hospedaba en Ciudad de México. Caminé la avenida rumbo al metro Niños Héroes y me detuve en un puesto de jugos. El puesto acababa de abrir y lo atendía una mujer chaparrita, de mirada más bien serena, aunque brillante. Estaba sola, exprimiendo unas naranjas. Apenas me vio, me dijo buenos días. Bueno días, le contesté. La mujer se limpió las manos y, con una ternura que no parecía de este mundo, adelantó: ¿en qué puedo servirle, joven? Quisiera un jugo de naranja, señora, le contesté, pero traigo un billete medio grande y tal vez no tenga cambio. La mujer levantó la vista y me miró a los ojos un instante. No se preocupe, joven, a la vuelta me lo paga. ¿A la vuelta?, pensé, y luego dije: así sea. La mujer vació jugo de naranja en un vaso grande y me lo extendió. Lo bebí de un trago. La mujer tomó el vaso y puso otro poco más de jugo, casi hasta la mitad. Me lo volvió a extender. Gracias, dije, y lo volví a devorar. En la tarde que pase de vuelta se lo pago, señora, advertí. No se preocupe, joven, váyase tranquilo. Dejé el vaso sobre una tablita de madera y continué mi camino, llevándome los ojos serenos, aunque brillantes, de la señora del puesto de jugos, que acababa de darme un jugo sin siquiera conocerme y sin pensar en la posibilidad, tal vez no remota, de que nunca se lo fuera a pagar. Bajé las escaleras del metro Niños Héroes, todavía desolado, y me encontré con dos caminos: uno que llevaba hacia Universidad y otro hacia Indios Verdes. Como no tenía destino fijo, y la vida acababa de enseñarme que todas las cosas se nos entregan, al mismo tiempo, también, sin reservas, opté por el que tenía más a la mano. Al sentarme sentí que la ciudad entera, de súbito, me abrazaba por la espalda. Cerré los ojos, no fuera a ser que se tratara de una mentira.

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