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AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 11/12/2011

Las pequeñas decisiones

Para unos la vida es más sencilla que para otros. Algunos, entre los que me cuento, podemos ser capaces de sufrir hasta de los hechos más nimios, aunque seamos discretos y consigamos que nadie se entere. Parece que todo las decisiones que tomo las tomara así, tranquilamente, gesticulo como si todo en la vida fuera miel sobre hojuelas, muevo los brazos de igual forma, incluso sonrío, dando la apariencia de que estoy relajado y la forma en que mi voluntad se mueve hacia un lado o hacia otro es un mero trámite.Me sucede siempre. En los restoranes, por ejemplo. A veces son un suplicio para mí, sobre todo cuando la comida no me gusta. Mi mujer deja el plato y listo. Esto no me gustó, guácala, dice, y hace el plato a un lado. ¿Cómo es que puede hacerlo así, con esa entereza, darle su adiós definitivo a la comida? Yo sonrío la mayoría de las veces, pero por dentro siempre pienso en el sufrimiento que una acción como ésta le producirá al cocinero cuando vea regresar a la mesera con el plato intacto. La mesera, si es del talante de mi mujer, no tendrá seguramente ningún miramiento en colocar el plato sobre el pretil, frente a los ojos de asombro del cocinero, quien, de ser como yo, lo verá y pensará, inmediatamente, en su fracaso como cocinero, que para mí es peor todavía al dolor que sufre un escritor cuando su lector abandona su libro en cualquier sala de espera de aeropuerto. Al cocinero se le estrujará la piel del corazón a la garganta, y es posible que no quiera siquiera volver a sacar la cabeza por arriba de la sábana. Tal vez por eso normalmente engullo la comida estoicamente, aunque no me guste, porque, no conforme con tener clavada en la frente la expresión de angustia del cocinero, veo a una larga fila de hombres y mujeres y niños esperando un mendrugo para comer, un mendrugo que muchas veces les avienta un hombre desde arriba de una camioneta. Pienso en esa larga fila y luego pienso en la cara del cocinero y no tengo más remedio que acabar con lo empezado, aunque no me guste. Y cuando más de alguna vez ha asomado el cocinero la cabeza por la cortillina buscándome una mirada aprobatoria a su platillo, no he dudado un instante en colocar una sonrisa de oreja a oreja, sacar una cuchara desbordante de comida y decirle que, hasta el día de hoy, no hay quien lo iguale.

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