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PUPITRE AL FONDO

BLANCA F. GÓNGORA | Opinión | 27/03/2020

COVID-19 Y CIERRE DE ESCUELAS

El 17 de marzo de 2020 los gobiernos de Colima, Guanajuato, Jalisco, Michoacán, Tamaulipas, Sonora, Nuevo León, Tlaxcala, Yucatán y Veracruz suspendieron las actividades en las escuelas  como una manera sensible, inteligente, urgente y real de prevenir que las comunidades escolares se convirtieran en caldo de cultivo para  la propagación de este virus que nos aqueja. Fue una decisión que estos gobernadores tomaron con anticipación,  incluso a contracorriente del mandato federal que había dispuesto el cierre para fechas posteriores y  la realización de  un consejo técnico extraordinario el 23 de marzo, sin importar volver a reunir a colectivos  con el riesgo que esto podría significar.

A partir del cierre de escuelas, se inició una fase de crisis paralela al COVID-19,  que  consistió en un estado de pánico por los padres de familia que supieron de improvisto que sus hijos tendrían que quedarse en casa y en aislamiento social. Si bien es cierto no se nos dio tiempo a nada y se vinieron a bote pronto preguntas sobre cómo organizarse familiarmente, cómo hacerle si los adultos tenían/tienen que seguir trabajando, quién les iba a cuidar a los niños, cómo dejarlos solos en casa hasta el final de la jornada laboral, a dónde llevarlos, además de la preocupación del “se van a atrasar en la escuela”; esto último ya como frase final de todo el delirio en que caímos. Los niños se encontraron de pronto en casa y seguramente están viviendo tiempos de mucho estrés pues se enfrentaron no solo al miedo que el virus está significando para la humanidad, también se enfrentaron a la realidad de ver  a sus papás angustiados por todo lo que se ha tenido que repensar: las deudas, los riesgos en el trabajo, en la calle, la incertidumbre laboral, el salario. Los niños sienten el miedo de sus padres, la desesperación de los mismos,  el enojo de algunos por las medidas preventivas (o de pronto laxas) tomadas por el gobierno, la impotencia  ante la realidad tan cruel, de desventaja social, de exclusión que vino a ponernos de manifiesto que este país en el que nos tocó nacer está dividido entre los que tienen y los que no tienen nada, y las formas de percibir la realidad son tan distintas como las mismas diferencias económicas,  sociales y de valores  que nos separan, lo que ha hecho, entre otras cosas,  que las medidas de prevención  dictadas no sean acatadas como idealmente tendrían que ser.

En cuestión de educación esta pandemia vino a levantar el manto que cubría nuestro sistema educativo mexicano y puso de manifiesto que la tecnología no puede operar en las casas donde la comida es incierta,  en comunidades donde las condiciones de vivienda son precarias,  en familias donde el internet no existe  y donde las recargas de veinte pesitos son un lujo. Si bien la Secretaria de Educación Pública puso a disposición un portal con muchísimos recursos para trabajar los contenidos de educación inicial, primaria, secundaria e incluso bachillerato, mismos que a decir verdad se presentan en diversas modalidades  y  de manera didáctica, los papás se están dando cuenta que el ser maestro no es una profesión de receta de cocina, pues si bien tienen (los que tienen acceso) todos los ingredientes a la mano e incluso los pasos a seguir;  les falta la técnica, el método, la paciencia, el amor, la vocación, la entrega,  el sazón para hacer de aquello, aun con los pocos ingredientes, un rico bocadillo que además de disfrutarse se antoje. Así, bajo estas circunstancias, va un breve mensaje a los padres de familia: no atiborren a los niños con todas las propuestas que se encuentren en la red, déjelos descansar, no se desesperen con ellos si están distraídos,  no los regañen si  no avanzan con eso que usted decidió que hicieran, ellos también están viviendo esto que usted tampoco sabe manejar. Tenga paciencia y de verdad  no se angustie por el atraso curricular, eso es recuperable, mejor vele por la estabilidad emocional de la niñez encomendada a su regazo, por ser creativo, por convertirse en ese héroe que hoy todos necesitan en casa, ese que con tacto y amor les palmeé el hombro (sobre todo a nuestros niños) y les repita infinitamente que la calma volverá.

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