Libros que vuelven
Me dieron a corregir un libro que escribí hace ya algunos años y que, por alguna extraña razón, no saldría hasta ahora. Me dijeron que lo revisara detenidamente por si había un cambio antes de mandarlo a la imprenta. Entonces fui y empecé a leerlo. Desde el principio me di cuenta que no era yo el que estaba detrás de tales palabras. Como me pidieron sólo hacer cambios pequeños para evitar tener que mover toda la tipografía, me quedé impávido al darme cuenta de que eso que tenía frente a mí necesitaba ser reemplazado completamente. De pronto no supe si yo era el que me había transformado o era el propio libro al que le habían crecido otros caminos y raíces. Con lo que me habían pagado, no podía echarme hacia atrás, aunque estuve tentado. Lo cerré de súbito y decidí no volver a él jamás. Le mandé un mensaje breve al editor en el que le decía una sola palabra: imprimatur. Recordé, entonces, todo el día aquella frase de Alfonso Reyes en la que aseguraba, no sin razón, que a nuestros libros, si no queremos que terminen en el olvido, mejor es abandonarlos a su propia suerte.
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