
FUNCIÓN SENSIBILIZADORA DEL MAESTRO
El pasado martes me tocó escuchar a una madre de familia que con bocina y micrófono en mano se paró en la explanada de la Secretaría de Educación a inconformarse y dar a conocer un acto que ella consideraba de injusticia e incluso de violencia infantil para su hija, alumna de primaria. Decía muchas cosas, gritaba e increpaba al Secretario de Educación y de paso a otras autoridades que ella consideraba hacían caso omiso de su situación.
No es la primera vez que pasa un hecho así y para que se llegue a esto es porque (algunas veces) las instancias anteriores han fallado como primer contacto de aborde a la problemática que esa alumna/o y padre de familia están enfrentando; pues por lo general, para que una madre de familia llegue a ese límite es porque previamente ha estado vivenciando un conflicto escolar que ha sido o ignorado o mal entendido/atendido y seguramente mal dialogado; es decir, la función sensibilizadora del docente ha fallado, y quizá la del directivo también. No estoy defendiendo la forma en que la madre se manifestó, pero logro entenderla al pensar que uno lo que menos quiere para sus hijos es un mal trato. También entiendo que como docentes nos enfrentamos a niños que viven problemáticas que los hacen proceder de tal o cual manera y lo que es peor, a padres que viven también crueles realidades; y si a esto le sumamos la otra parte emocional, la del maestro, pues entonces cualquier situación que implique las emociones (que son todas) se puede volver un gran conflicto. Pero para eso estamos, para ser mediadores, para incidir en los puntos álgidos, para frenar nuestro impulso y aterrizar nuestras emociones y ayudar a canalizar la de los otros, principalmente la de nuestros alumnos y con ello la de sus padres. Es partir de un hecho que no debemos olvidar: los profesionistas somos nosotros, y en ese ruedo no estamos para sacrificar sino para conciliar.
En las escuelas, todo puede ser motivo de conflicto: desde el que una alumna tenga piojos hasta que el agua siempre sea de horchata o el que no se le ponga el garabato o sello de tarea revisada al niño. Todo puede ser conflicto y no debe de extrañarnos porque es una zona donde se trabaja con las emociones y eso, lo sabemos, no es nada fácil y si nos ponemos trágicos podemos lamentarnos y decir que siempre llevamos la de perder, pues la presión social y laboral así nos lo ha hecho sentir, pero si somos realistas podemos también percatarnos de cuántas batallas hemos ganado (aun las que se percibían imposibles) con un gesto de empatía y una buena comunicación. Creo que una buena clave en los conflictos escolares es la capacidad de autocontrol que el docente tenga, así como el grado de conciencia emocional que este posea, eso incidirá en su capacidad para relacionarse con los otros y lo hará inmune a la ofensa, que es la causante mayor de malos entendidos. Los papás también deberían poseerlas, claro, pero como dice un adagio popular: “para pelear se ocupan dos” y si uno se controla, se muestra empático, se abre al diálogo y cuida su vocabulario emocional, seguramente el conflicto se atenuará y puede que hasta desaparezca, pues como dice Daniel Goleman: “las emociones son contagiosas”, entonces preocupémonos por enriquecer las positivas.
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