Los raíces de la corrupción en México: el caso Centro Cultural Tijuana
Ayer me envió un mensaje el escritor Heriberto Yépez que venía acompañado de un link. Ese link llevaba a una nota aparecida en la KPBS, una importante cadena de medios de Estados Unidos. En la nota, entre otras cosas, se volvía a aludir a aquella protesta nacional que hubo en contra de Virgilio Muñoz por su nombramiento como director del Centro Cultural Tijuana, aun cuando habían sido comprobados los actos de corrupción cometidos por éste cuando estuvo como funcionario del Instituto Nacional de Migración, hecho por el cual estuvo incluso encarcelado. Pues aun con todo y la protesta que hubo por parte de la comunidad artística para que se le removiera del cargo, nada cambió y el funcionario es hora que sigue ahí, aprovechando su posición para cometer actos de represión y discriminación en contra de aquellos que pidieron su dimisión, muchos de ellos intelectuales importantes, como el propio Yépez. Ante hechos como éste, que se parecen mucho al caso del tirano líder de la FEC, Fernando Mancilla, (caso al que volveré pronto para que no se olvide que el tema sigue pendiente), uno normalmente piensa que la corrupción que vivimos hoy es algo que no tiene orígenes o, por el contrario, que estos orígenes son de ayer o de antes de ayer. Lo vemos como si fuera producto simplemente de exabruptos de nuestro actual vivir, sin saber que todo en la vida viene de un padre y esto, a su vez, de otro. Y así. Uno se asombra, entonces, de que la corrupción que creíamos había sido “creada” por el PRI, por ejemplo, la experimentamos también en el PAN y el PRD, y luego eso se extiende a otros ámbitos del México contemporáneo. Uno cree, también, que la corrupción es algo que está “afuera” de nosotros, ignorando que así como los árboles crecen hacia arriba lo hacen del mismo modo hacia abajo, extendiéndose en raíces todavía más largas que nos abrazan y nos abarcan de orilla a orilla, desde adentro. Digo esto porque tengo tiempo inmerso en la historia latinoamericana y entre esa maraña de página encontré en la lectura de anoche el siguiente dato. Dice así: “En un memorial del año 1557, los oidores de la Audiencia de México expusieron que a causa de los aumentos de precios sus emolumentos no eran suficientes más que para nueve de los meses del año. El Consejo de Indias abogó por esas necesarias mejoras en los estipendios, pero Felipe II en ocasiones dejó sin despachar, durante largos años, solicitudes de esa naturaleza. Lo insuficiente de los sueldos que percibían los funcionarios y la irregularidad en los pagos fueron siempre un vicio hereditario del régimen colonial español. La consecuencia era que el funcionario se resarcía con el cobro de los impuestos y se hacía pagar por los interesados, como servicio personal, actividades inherentes a su cargo. La venta de empleos, por lo demás, debía mantener viva la concepción según la cual el cargo servía para el provecho personal del titular”. No creo que haya que agregar nada, salvo la necesidad de que entendamos que la corrupción es algo que está en nosotros y que, obviamente, para cambiar nuestras instituciones necesitamos, lógicamente, transformarnos con ellas. Por lo demás, y para no dejar que la memoria nos dé la espalda, hay que seguir denunciando todos los casos de corrupción e impunidad que se nos crucen por el camino (Cecut, FEC, muertas de Juárez, pornografía del profesor Jesús Zepeda, etcétera). Denunciarlos, de ser posible, hasta el hartazgo.
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