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MEMORIA

Administrador Colimapm | Opinión | 02/02/2019

POR: Armando Polanco

Mi madre fue siempre devota de la virgen de la Candelaria, este día desde muy temprano se hacían los entregos de tortillas para al medio día viajar a Tecomán. Llegábamos a la central para tomar un autobús de los Rojos, a mí no me gustaba subirme a esos camiones porque el fuerte olor a desodorante combinado con fierros y humores de todo me mareaba; ya en carretera sufría en las interminables curvas de La Salada, hasta vomitar. En Tecomán ya nos esperaba mi hermano Fermín o mi primo Chuy Pulido,  mi madre siempre cargaba comida así que llegando y comiendo.

Encontrar un espacio en cualquier calle por donde pasaría el carro alegórico con la virgen era tan difícil porque había sillas pegadas unas de otras, gente parada, niños llorando y el sol a plomo. Lo mejor del momento era comer cuanta golosina mi madre me compraba: algodones de azúcar, manzanas caramelizadas, fruta picada, duritos, palomitas hasta globos y juguetes de todos tamaños. Mi madre me tenía de la mano pero yo me jaloneaba cuando pasaba frente a nosotros algún antojo, entonces sacaba monedas y me compraba aquello por lo que lloraba.

El momento esperado llegaba, los carros alegóricos pasaban uno a uno, llenos de adornos, hombres y mujeres representando santos y la gente aplaudía. El carro de la virgen venía más despacio, una cadena de voluntarios lo resguardaban  y yo que no alcanzaba a mirar solo observaba a la gente persignarse, gritar vivas a la virgen, intentar tocar el carro y otras llorar.

Yo miraba a mi madre rezar y persignarme con la mano cerrada, lágrimas caían de sus ojos. Me esforzaba por mirar aquel carro donde iba la virgen en lo más alto, iban ángeles vivos a su lado entre nubes, flores, estrellas y reflectores apuntando a todos lugares. Un silencio se hacía presente a su paso, dejando rostros con nuevos brillos.

Para tomar el autobús éramos mucha gente, no había asientos desocupados y nos veníamos parados, yo sufría con el olor, los apretujones, las curvas hasta llegar ya noche a la central. Ya en el camión a Coquimatlán, el cansancio me tumbaba y casi a rastras me subían hasta llegar al pueblo.

Recuerdo hoy esta fecha porque mi madre fue siempre devota de la virgen de la Candelaria.

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