LA LECCIÓN, DE IONESCO
Invitados por él, junto con Imelda, mi esposa, acompañé a Jaime Velasco, nuestro admirado amigo, en mi opinión el mejor actor que ha dado Colima, a la presentación inaugural del reestreno de La lección de Eugéne Ionesco; montaje que ya se había presentado con otro actor y otro director, antes que Jaime fuera invitado por Coty –la Alumna-. La experiencia fue muy grata, no solo por la comodidad que brinda la Sala “Alberto Isaac”, en el que la obra fue presentada, ideal para este tipo de Teatro, así, casi mezclados público y actores, al alcance, donde la respiración de los protagonistas se siente.
Es normal que frente a una obra de este tipo -Teatro del absurdo-, muchos de los espectadores acudamos desprevenidos y salgamos con la impresión de no haber entendido, de que el significado último de la obra se nos escapó. Lo que sucede en realidad, es que estas obras suelen plantear precisamente ese mismo “sin sentido”. Por ello requieren de un público activo, de mente abierta, desprejuiciado, capaz de reconstruir un espectáculo diferente, alejado de lo previsible.
Ante esto, cabe apuntar que el autor de la Lección, Eugéne Ionesco, nació en Rumania en 1912 y murió en Francia en 1993. Considerado como uno de los representantes más importantes del llamado teatro del absurdo. Es autor de obras como La cantante calva, Las sillas, Rinoceronte, Frenesí para dos y el rey muere. En su obra aparecen personajes sumergidos en un mundo en el que no es posible percibir o descubrir ningún sentido. Su teatro presenta situaciones humorísticas pero atravesadas por la crueldad y desamparo de sus protagonistas.
En La lección de Ionesco, una alumna se prepara para un doctorado y recurre a un profesor. Durante la clase, los vínculos se degeneran hasta llegar al extremo. La obra evidencia un clima social vinculado con la angustia que se vivía en la Europa de la posguerra. La visión del Autor contribuyó a la to¬ma de conciencia que trajo un proceso de reconstruc¬ción económica y social.
Los personajes de La lección no tienen metas, ni deseos, ni son heroicos, sino que parecen dejarse llevar. De esta manera, alejados de su yo y de sus deseos, se vuelven poco más que fantasmas. Cuando el profesor y la alumna se hartan de la formalidad vacía que no responde a un verdadero interés por el otro ni al respeto, ocurrirá el desenlace. Sin metas ni deseos, los dos personajes parecen desco¬nocer por qué y para qué hacen lo que están haciendo. Ese desconocimiento no los hace ignorantes sino ridículos, pues se quedan ahí sin saber por qué.
Esta forma de presentar a los personajes, se relaciona con una visión del ser humano "medio", considerado como des¬protegido en un mundo en el que las decisiones que tienen que ver con su vida y muerte están fuera de su control. La insistencia del profesor hacia la alum¬na, por ejemplo, resulta graciosa, excepto para la joven que no escapa del tormento.
Todos nos reímos a la vez que preguntábamos por qué no se iba. No es consciente de sí, no tiene libertad. El hombre contemporáneo, según esta visión –absurda-, no tiene metas ni ambiciones significativas, ya que no tiene creencias y aún espera, como la alumna, sin saber bien qué.
En la obra de Ionesco, el tema de la incomunicación entre el profesor y la alumna, es decir, la imposibilidad de encontrar acuerdos y puntos de encuentro con el otro, aparece como predominante. El planteo de la incapacidad para comunicarse refleja también una visión pesimista acerca de las personas. Si estos no pueden dia¬logar (es decir, compartir sus deseos, sus miedos, sus ale¬grías y sus sueños), ¿qué presente pueden construir?
La incomunicación aparece reflejada especialmente en la manera en que se utiliza la palabra. Los personajes se comunican entre sí y con el público mediante el lenguaje oral. El teatro del absurdo, en cambio, se vale de la palabra precisamente para denunciar la fal
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