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AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 16/06/2011

Filosofía de los instructivos de ensamble

Desde que llegué a Nueva Zelanda, hace ya casi siete años, me enfrenté a la necesidad de modificar radicalmente ciertos hábitos. No se trataba de cambiar de nombre o de piel, sino simplemente de hacer algunas cosas de diferente manera, pues de otra forma no pasaría de abismarme en un voladero.

Una de estas transformaciones fue la lectura de los instructivos de ensamble. Recuerdo que en México yo compraba cualquier cosa (reloj, mesa, papalote, o lo que fuera) y lo primero que hacía era tirar a la basura el instructivo de ensamble y guiarme por el puro instinto, con lo cual algunas veces salía airoso y otras quedaba patizambo frente a la pila de piezas deshilachadas.

En Nueva Zelanda fue lo contrario. Aquí vi a amigos y conocidos, del barrio o la universidad, en más de una ocasión, comprar, por ejemplo, una caminadora, y hacer como primer paso una lectura acuciosa del instructivo de ensamble, leyendo incluso esas partes que nos advierten de los cuidados y precauciones que uno debe tener antes de usar el armatoste.

Poco a poco fui entrando yo también en esa pedagogía, pues cierto es que a donde fueres has lo que vieres o, mejor, que uno es lo que ve. Fue hace poco, mientras ensamblaba la nueva silla de mi escritorio, que me di cuenta que, curiosamente, en los países donde no se respetan las leyes tampoco se leen los instructivos de ensamble, contrario a los países donde las leyes suelen respetarse al pie de la letra.

Es como si fuera un acto reflejo que nos dijera: si lo que dicen las leyes son una cosa y lo que pasa en la realidad es otra, ¿valdrá la pena aprenderlas? O, por el contrario: si puedo armarlo a “como vaya saliendo”, ¿tendrá caso leer el instructivo de ensamble? Estaba tan sumergido en estas inquisiciones que, cuando terminé aquel día de ensamblar la silla y quise sentarme para ver qué tan bien se ajustaba a mi humanidad, me di cuenta que el respaldo había quedado volteado y, para mayor desgracia, desniveladas dos de sus cuatro patas.

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