EN MEMORIA DE DON ARMANDO NARANJO
CONTINUACIÓN...
Para mí, era increíble como todas las mañanas me recibía con una gran sonrisa, dándome las gracias y preguntándome: “¿Cómo esta mi enfermera hermosa?”. A partir de esos días, se convirtió en mi mejor amigo, al grado que me hacía preguntas de temas que jamás habíamos tocado, desde cómo conocí a Eduardo mi esposo, qué color de vestido era mi preferido, qué tango me gustaba, por qué me gustaba bailar paso doble, por qué hacia tanto ejercicio, se reía porque le decía “vengo de correr” y él me contestaba: ¨No le corra, al toro por los cuernos¨. Hoy entiendo mejor que nunca el sentido de esta última frase.
Me platicó toda su historia, dándome datos y eventos de su vida que no conocía y que me llevaban a entender más cada día su forma de ser y comprender lo injusta que había sido durante años al juzgarlo tan severamente.
Así fueron transcurriendo los meses e inevitablemente su enfermedad avanzaba y su estado general menguaba; la dificultad para comer y para hablar era evidente y su delgadez era cada día más notoria, pero sorprendentemente se fue creando una conexión entre los dos, que tan solo con su mirada me permitía adivinar lo que él quería decirme.
Asumió con dignidad la enfermedad consecuencia de su gusto por fumar y nunca de sus labios salió una queja contra la vida, el destino y menos contra Dios Nuestro Señor, de quien siempre fue creyente.
Por el contrario, unos de esos días que le hacía la curación –limpieza- de la herida, él percibió que mi pulso temblaba, ya que para mí era sumamente difícil pensar que lo podía estar lastimando y me dijo con dificultad: “Hija mía, no te preocupes, dale, límpiale, si yo puedo tú debes de poder, además piensa hija mía, que esta enfermedad Dios me la regaló para así como estás quitando todo lo malo de mi herida yo quite las mías de mi alma”.
Qué duro es saber que se nos iba, pero verlo que sus días pasaban con tanta dignidad e inclusive agradecimiento a Dios no podía más que admirar su entereza. Por las tardes, veía un rato la televisión y con tono de disculpa nos decía alrededor de las seis de la tarde “ya estoy cansado, voy a dormirme”; en el trayecto de la sala a su cama estaba un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús y no pasaba un día sin que Papá se detuviera ante Él, lo viera con ojos de agradecimiento, se persignara y se fuera a acostar.
Mi adorado Don Armando, como me dio valor para poder hacer todo lo que él necesitaba, desde curarlo hasta inyectarlo, todos los días hasta el día de su adiós, que se levantó de la cama y trató de hacer lo mismo de siempre, pero sus fuerzas ya no se lo permitieron.
Ese infausto día, al verlo me di cuenta que había llegado el momento: la hora, el minuto y el segundo de su partida, una partida con toda la dignidad del mundo, asido de la mano de sus hijos y con la tranquilidad reflejada en su rostro. Entonces supe -supimos todos en mi familia- que Papá se había ido en paz, reconciliado con Dios y con la vida.
Don Armando, Padre Mío, con motivo de este Día del Padre, sea este mi testimonio de agradecimiento y reconocimiento. Gracias por tu amor, gracias por tus enseñanzas, gracias por tu regalo. . . Te amo, te extraño, te necesito y te llevo por siempre en mi corazón.
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