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POR: Armando Polanco
DE PRONTO los vi caminando en muchas ocasiones por el pueblo, yo que vivo y muero en este mismo lugar. Son una pareja venidos de no sé dónde.
Ella es muy delgada, camina un poco arqueada hacia adelante y trae en su pelo diademas, peinetas, pasadores o lo adorna con flores que corta de algún lugar. Su sonrisa es de ingenua quietud.
Él es más serio, poco más lleno que ella, moreno claro y dirige sus pasos con más velocidad. Ambos no rebasan los treinta años de edad.
Los veo caminar por todas las calles, suben, bajan, entran y salen. Los dos cargan un costal, unas bolsas, llevan ahí quizá el único cambio de ropa.
Son dos ciudadanos del mundo en plena libertad.
Coquimatlán ha recibido a muchos personajes igual de normales que ellos, algunos se quedan, otros desaparecen sin dejar rastro pero la memoria colectiva los registra en un tiempo.
Yo recuerdo con cariño a Gilberto, un niño en cuerpo de un adulto calvo y gordo que ayudaba en casa a llevar las tinas con nixtamal al molino. Cuando alguien le gritaba loco, él les replicaba, no estoy loco, estoy malo de la memoria.
Mi madre lo consideraba para mandados a cambio de comida y monedas. También fue trabajador en el bar de Mago.
Otro personaje que recuerdo es a Rubén, un norteamericano flaco y alto. Con botella de alcohol en mano caminaba y platicaba solo. Cuando yo lo saludaba, se detenía a mirarme, abría sus enormes ojos azules, sonreía y me hablaba de tantas cosas que en mi niñez no entendía.
Así también recuerdo a Agustín, incansable caminante, a Bertha con su maraña de pelo y repartiendo sonrisas y quién no a Federico pidiendo un peso para comprarse un cigarro.
Así esta pareja de incansables caminantes los veo rumbo a Colima, que vienen del río por las vías del tren, abajo del puente del arroyo Tecolotero o acostados en las bancas del jardín.
Hace días por el andador, él llevaba una carretilla y ella iba sentada y bien agarradas con sus manos, su risa era como una reina de pueblo al lanzar saludos y besos al aire. Iban felices recorriendo el mundo.
En un evento organizado por el día del niño, sentados en la segunda hilera de sillas en la unidad deportiva, disfrutaron con abiertas carcajadas el show del payaso. Hicieron fila y agradecieron las mismas atenciones de los inquietos festejados. Esa vez nadie los vio, nadie los señaló y ellos volvieron a ser niños.
Este día crucé el jardín a pleno medio día, los encontré en el quiosco, tirados en el fresco piso con la pierna cruzada. Él pensativo, quizá trazando nueva ruta mientras ella tarareaba una tonada al tiempo que daba vueltas con sus dedos a una flor morada. Su equipaje al lado de ellos listos para su peregrinar.
Son una pareja que les nace el amor caminando y les crece en sus pies, no terminan de recorrer este pueblo de esperanzas inciertas.
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A partir del Lunes 11 de Abril de 2011
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