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BAÚLES

RICARDO SÁNCHEZ ARREGUÍN | Opinión | 22/09/2017

CRÓNICA DE UNAS HORAS DE SEPTIEMBRE

No he podido dormir, hospedado en un departamento de cinco pisos en la Ciudad de México, próximo a la Avenida Calzada de Tlalpan y a la estación del Metro San Antonio Abad. Es lunes 18 de septiembre, por la noche. Las horas transcurren lentas, largas, inmensas, sumamente incómodas. Mi cabeza tararea el video que vi caída la tarde en los monitores del Metro Jamaica: "Touch me", con un Jim Morrison vigoroso como un toro semental.

Duro de corazón, a veces, me parece ridículo que una canción tan intensa se mezcle con la tragedia que no me deja dormir, y que leí horas atrás en la página de facebook Perros Extraviados de Colima: un sujeto atropelló, con alevosía y ventaja, a un perrito pequeño y lanudo, en el crucero de la carretera a Lo de Villa y la entrada a la colonia Rancho Blanco.

En la nota de red social se muestra al lanudito postrado en una reja frutera de madera, con sus cuatro extremidades sangrantes. Quien denuncia este hecho dice, entre otras cosas, que tienen registrado al sujeto y el número de placas de su vehículo, y que harán la denuncia correspondiente; pero mientras se necesita apoyo, económico y de logística de traslado del animalito, para que el veterinario con el que contactaron proceda a amputarle las extremidades, para salvarle la vida.

Surgen comentarios de todo en reacción al perrito atropellado: condena, conmiseración, impotencia, ira, maldiciones. Los políticos y los gobernantes, finalmente, son depositarios principales de estas expresiones, pues a ellos se les atribuye el clima de impunidad e injusticia de Colima y todo el país. Al perrito le han inyectado algo que le calmará el dolor; sin embargo requiere ser llevado con urgencia a la veterinaria, porque su vida corre peligro. Hay quienes se ofrecen, otros piden un número de cuenta para depositar gastos de amputación.

Son casi las cuatro de la mañana. Con la voz de Morrison taladrándome la frente, un coctel de morbo y compasión me obliga a abrir nuevamente la nota de Perros Extraviados de Colima. Más expresiones de toda índole, que apuntan a la injusticia y la impotencia. Fueron por el animalito que aparece en la imagen, pero ya era demasiado tarde. Se desangró sobre los maderos de la reja frutera. Ya no hay más que hacer. Ya descansa este angelito, se lee en más de un comentario. Dejó de sufrir. Además, ¿no iba a sufrir el resto de su vida, sin las cuatro patitas? destaca una cibernauta.

El martes 19 de septiembre me traslado a la oficina donde trabajo, en San Lázaro. En el Metro Pino Suárez, donde transbordo para enfilarme en dirección Observatorio, me topo nuevamente con Jim Morrison en el monitor. Instalado en mi escritorio, redacto un breve análisis sobre una propuesta de Apicultura que está impulsando la diputada federal del PRD colimense, María Luisa Beltrán Reyes. Son las 12 del día y bajo del tercer piso, por el elevador, para hacer un trámite administrativo; mientras lo hago, la voz de Sting, post Police, intenta distraer de mi mente la rebeldía del líder de The Doors.

Son las 12:40 del día cuando, por teléfono, agendo desayunar con dos compañeras de trabajo. Será un desayuno-comida, dice una de ellas. Ya no regreso al elevador. En planta baja, por la explanada principal dirijo mis pasos a la cafetería La Tradicional. De la explanada son poco más de cincuenta metros por un corredor, vuelta a la izquierda unos diez metros, y nuevamente a la izquierda, por escalera circular, hasta llegar a dos grandes puertas de cristales, desde donde se aprecia una sala rectangular de unos diez por veinticinco metros de superficie.

Sentados a la mesa veo mi reloj y digo a mis compañeras que tengo agenda apretada, así que me apresuro. Pasa de la una de a tarde. Recuerdo que a eso de las once de la mañana posteé en mi sitio de facebook la pregunta "¿Dónde te agarró el temblor del 19 de septiembre de 1985?". Pido la cuenta y, en el preciso momento que el mesero me entrega la nota, mis pies comienzan a mecerse suavemente.

Todo transcurre con la rapidez donde la naturaleza ordena y manda. De pie, veo cómo comensales, meseros y cocineros se dirigen brusca y desordenadamente a las dos puertas de cristales. Esta cafetería es como una cueva. Bajo el piso hay una o dos plantas: un lobby y un estacionamiento; hacia arriba, el piso que lleva al nivel de suelo y cuatro pisos más que se yerguen con sus grandes muros marrón. Me veo solo, de pie, con el vaso de café en mi mano derecha. Impone la mole de concreto, cristalería y muebles en su vientre; pero impone más la sorprendente naturaleza que la mueve. Vacilo una, dos, tres veces. El tiempo es borrado por la madre tierra. Es un tiempo con olor a eternidad. Dudo en dirigirme a las puertas de cristal, pero el piso con su caprichoso oleaje me regresa al mismo sitio. Miro hacia arriba y los muros están meciéndose con una voz ronca.

Busco un punto para ubicar el "triángulo de la vida"; pero sólo hay mesas y sillas ligeras. ¡Imposible acurrucarme para esperar el desenlace y aspirar a una leve esperanza! Me resigno. En ningún momento me invade el temor a la muerte. Si los muros han de venirse abajo, y si el piso ha de hundirse a mis pies: que así sea.

La madre tierra ha cedido un tanto, o un todo, aunque no estoy seguro. Como puedo, camino hacia una de las puertas de cristal y me dirijo a la escalera en sentido circular que conduce al pasillo de descanso, paralelo al suelo; mientras lo hago alcanzo a observar con el rabillo del ojo que un hombre encorbatado, seguramente extraviado, en ese momento está entrando por la otra amplia puerta de cristal a la cueva de donde vengo. Me dirijo por el corredor que antes del terremoto recorrí, hasta llegar a la explanada central donde incontables almas nos reconocemos mortales. Entre estos mortales veo personajes de la política nacional que no tienen trayectoria de humildad.

Vendrán entre dos y tres horas para que se normalice el sistema de comunicación por celular. En tanto, la angustia por saber que los seres queridos de Colima y Guadalajara están bien; pesadilla que cierra su último círculo con un celular sin carga. Pasan de las cinco de la tarde cuando me veo por la Calzada de Tlalpan, con miles de personas en peregrinaje obligado y edificios acordonados en el área de banqueta. Dos cuadras antes del Metro San Antonio Abad está obstruido el paso, por cuerpos de protección civil que desvían automovilistas y peatones: hay un enorme edificio blanco, de construcción horizontal, que ha colapsado y el tercer piso fue borrado por las plantas superiores.

Llego al edificio del departamento donde me hospedo. No hay servicios de electricidad y telefonía. Vecinos son cronistas de la tragedia. Aluden a una escuela que lleva el nombre de Rébsamen, donde hay víctimas mortales. Recuerdo, entonces, que Rébsamen fue mencionado en tribuna, hace escasos meses, cuando María Luisa Beltrán presentó la Iniciativa con proyecto de decreto para que el nombre del colimense Gregorio Torres Quintero fuera colocado en letras de otro en el muro de honor de San Lázaro. Rébsamen, de origen suizo y avecindado en México fue el otro gran educador contemporáneo del maestro colimense del método onomatopéyico. La escuela de ambos hizo historia en nuestro país, durante casi todo el siglo XX. ¿En qué letras se quedaron los pequeños desaparecidos tras los escombros, cuando los muros de esta escuela de educación básica dio paso a los gruñidos de la tierra?

Entro a mi departamento y ahora me torturan los muros marrón de la cafetería, la canción de Morrison y el perrito asesinado por un tipejo mal nacido al volante.

DEL BAÚL DE LOS RECUERDOS

¡APOYAR! Todo lo que se pueda apoyar, con las colectas para damnificados, siempre será bienvenido. No es tiempo de escatimar esfuerzo de quien fuere. El objetivo es la emergencia. Desde este espacio: muchas gracias a quienes han estado expresando su solidaridad por nuestros hermanos víctimas de los dos terremotos de septiembre 7 y 19.

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