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PARACAÍDAS

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 10/08/2017

MOYOS EN CARRETERA

El otro día tuve que hacer un viaje relámpago a Manzanillo. Me fui en la tarde noche y regresé en la noche plena, con una luna grande y amorosa, por la carretera de cuota, pues le tengo miedo a los contenedores de los tráileres de la vía libre. Cuando avanzaba por la costera me distraje unos segundos subiéndole el volumen a una canción de Joan Sebastián y cuando volví la vista al fondo de la carretera no pude esquivar un moyo y le pasé por encima. Debo decir que casi pierdo el control del volante por salvar esa pequeña vida con dos tenazas y, que de no ser porque todavía me funcionan los reflejos, casi me impacto también contra el tubocroncreto divisorio. Fue algo ligero, en realidad, pero me sentí mal por haber consumado esa triste vida. Para mi mala suerte, no bien habían pasado unos cuantos segundos cuando la escena se repitió, sólo que esta vez sí puede esquivar al moyo macho que caminaba orondo por el asfalto, viéndome con sus dos ojos chispeantes. Pero luego vino otro, que no pude esquivar, y otro, que sí pude, y otro más, que no pude, y otro, que sí, y otro que no y otro que no y otro que no, y otro que sí. Cada vez que podía esquivar un moyo, así fuera un viejo moyo aletargado y dejado de la vida, me sentía triunfal, pero la dicha se me terminaba apenas aplastaba al siguiente, un ir y venir de emociones hasta que me empecé a llenar de rabia, rabia conmigo mismo y, sobre todo, con las autoridades, que parece que no han hecho nada por defender estas sagradas vidas que vienen de no sé dónde y buscan quién sabe qué, todo esto pese a que hace poco un grupo de ciudadanos le exigieron a la Promotora Operadora de Autopista del Pacífico que realizara las acciones necesarias para detener esta ola de violencia, esta masacre consuetudinaria, este indignante magnicidio, que igual daña nuestra paz y armonía social, ya de por sí descompuesta. Cuando por fin terminé de cruzar ese tramo del demonio y pasé la caseta de cobro, me detuve unos segundos al borde de la carretera, tomé un respiro, bebí un poco de agua, alcé la vista hacia el oscuro cielo, donde aún brillaba la redonda y hermosa luna, y pedí que si la Promotora Operadora del Pacífico no hacía nada pronto le deseaba que un moyo gigante la aplastara con mucha saña y gran maldad, enterrándola cien metros bajo tierra, pues bien merecido que se lo tenía.

rguedea@hotmail.com

@rogelioguedea 

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