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HISTORIAS DEL CENTENARIO

PEDRO PUENTE PÉREZ | Opinión | 04/06/2017

Mi padre, que el pasado 15 de marzo cumplió 104 años, es una persona a la que le gustaba mucho la lectura y hasta hace unos años lo hacía sin necesidad de los lentes, además caminaba grandes distancias sin que nadie lo ayudara, y, a pesar de su edad, es una persona totalmente lúcida.

Debido a su origen humilde desde niño ha trabajado; en las muchas pláticas que he tenido con él me ha contado que desde pequeño aprendió el arte de la talabartería, fue campesino, recolectaba la vaina del árbol de cascalote (utilizado para “curtir” el cuero de animales), pero la mayor parte de su vida se dedicó al oficio de la panadería y después fue el encargado de un vivero.

En una de las últimas pláticas me contó cuando trabajaba en una panadería que se encontraba por la calle Moctezuma casi esquina con Torres Quintero, en el centro de Colima, la cual era propiedad del señor José Lepe.

Recordó que en esa panadería se encontraba el horno, que era calentado con petróleo, y encima de este había una especia de bodega en donde almacenaban azúcar, piloncillo, y otras materias primas para el pan. El petróleo que necesitaban para el horno se encontraba en un tanque localizado arriba del almacén de materiales.

En la plática me dijo que en una ocasión se encontraban él y otro cinco panaderos (entre ellos Pedro, “el cuñado”, José “mentiras”) trabajando en el amasijo, eran alrededor de la una de la mañana cuando volteó y vio que había mucha luz en la bodega, pero al mandar a los demás panaderos a ver quien andaba en el almacén ninguno se atrevió a subir para ver quien andaba, por lo que fue directamente y al terminar de subir la escalera se percató que iniciaba un incendio en ese lugar.

De inmediato bajó y les dijo a sus compañeros lo que pasaba, uno de ellos juntó sus manos a la altura del pecho y dijo “Jesús, María y José”, otro más de inmediato fue por sus cosas y trató de retirarse del lugar, pero mi padre de inmediato fue por una cubeta de agua para comenzar a apagar el incendio y les dijo a los demás que le ayudaran y acarrearan agua, ya que en ese tiempo no había un cuerpo de bomberos y, aunque hubiera, los teléfonos no eran nada comunes.

El problema, aparte del incendio de la materia para fabricar el pan, radicaba en que el tanque del petróleo estaba encima del almacén y las llamas llegarían a la gran cantidad de litros del combustible y pudiera presentarse una tragedia que afectaría a casas vecinas.

Después de algunos minutos lograron sofocar el incendio y mi padre mandó a uno de los panaderos a que le hablaran al dueño de la panadería para que viera lo que ocurrió con el incendio y para que pusiera a alguien a que moviera las cosas para asegurarse que no había quedado alguna brasa que pudiera reactivar un nuevo incendio.

Luego de apagar totalmente el incendio y terminar la jornada de trabajo el dueño de la panadería, José Lepe, les dio diez pesos a cada uno de los panaderos que ayudaron en el combate del fuego, buena recompensa ya que en ese entonces mi padre ganaba 7 pesos con 50 centavos diariamente.

Al otro día los panaderos comenzaron a platicar del incidente y todos reconocieron que gracia a mi padre lograron apagar a tiempo el fuego, ya que de no haber ocurrido así quien sabe que tan grande hubiera sido la magnitud del incendio y cuantas casas hubieras afectado en el barrio.

Esa panadería ya no existe, pero los recuerdos siguen en la mente de mi padre a sus 104 años de vida.

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