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ESTACIÓN SUFRAGIO

Administrador Colimapm | Opinión | 24/03/2017

POR: Adalberto Carvajal

¿Malgastar figuras tan prestigiadas como José Narro supone para el PRI la posibilidad de salvar la marca tricolor?

LA FÓRMULA SECRETA:

En el homenaje luctuoso a Luis Donaldo Colosio, este jueves 23 de marzo, el orador oficial fue José Narro Robles. Se hicieron dos grandes revelaciones con su discurso: una, que el ex rector de la UNAM fue cercano a quien fuera el candidato del PRI a la Presidencia de la República, asesinado hace 23 años; y, la más importante, que el secretario de Salud quedó incorporado a la carrera por la candidatura tricolor.

Para muchos analistas políticos, la presencia de Narro en un evento partidista es un mensaje de Peña Nieto sobre la necesidad de refundar al PRI, para hacerlo más competitivo electoralmente.

Como dirigente nacional del Partido Revolucionario Institucional, Colosio puso el énfasis en una estructura territorial en la que los militantes, afiliados voluntaria y conscientemente, participarían en razón de la acera, manzana y sección electoral en la que se ubica su domicilio (de esa filosofía queda como cascarón el Movimiento Territorial).

De este modo, Luis Donaldo quiso romper con una inercia que aun hoy favorece la afiliación corporativa y a una estructura sectorial –obrera, campesina y popular– en la que la participación política y electoral se da en razón de cuotas de poder; ahora complicadas con cuotas de candidaturas por género (para las mujeres) y edad (para los jóvenes).

El PRI de Carlos Salinas de Gortari era un partido de Estado que había perdido las elecciones presidenciales de 1988 en una disputa por la nación protagonizada por una élite, la tecnocracia, que defendía un modelo económico de apertura al mercado internacional, contra una vieja clase política educada en el modelo proteccionista y de propiedad estatal, sustentado en la ideología del nacionalismo revolucionario.

Con la llegada de Miguel de la Madrid a Los Pinos, a partir de 1982 los neoliberales se enquistaron en el gabinete, pero organizaciones (como los sindicatos petrolero y magisterial), grupos y corrientes (como la que se denominó Democrática) dentro del mismo partido que había servido como correa de transmisión del poder presidencial, se rebelaron contra lo que parecía inevitable, el dedazo del colimense a favor de Salinas, y terminaron apoyando la candidatura opositora del ex gobernador de Michoacán, Cuauhtémoc Cárdenas.

Hombre cercano al presidente ilegítimo, Colosio intentó modernizar al partido, prepararlo para lo que suponía el salinismo ocurriría tarde o temprano: la alternancia con el PAN.

El blanquiazul se ganó el derecho a cogobernar con el PRI, en la coincidencia de la visión neoliberal, por haber avalado el fraude electoral del 88. Como presidente del Revolucionario Institucional, a Luis Donaldo le tocó reconocer en 1991 la derrota de la candidata oficial Margarita Ortega en Baja California, lo que permitiría el arribo del primer gobernador de extracción panista, Ernesto Ruffo.

Colosio vio desde entonces venir lo que los políticos de las nuevas generaciones aceptan hoy como una verdad de a kilo: el PRI ya no es garantía de triunfo electoral para los candidatos que presenta a los distintos cargos de elección popular.

En el memorial colosista, José Narro rindió a Luis Donaldo “el mejor de los homenajes, el del tributo a las ideas, el de la valoración de los argumentos y de la verdad”.

Nada parece haber cambiado en la retórica priista desde aquel 6 de marzo de 1994, cuando Colosio entendió que el sino trágico del tricolor era tener que conquistar el poder cada seis años. En un parricidio simbólico, en cada comicios el PRI se vio obligado a ser su propia oposición a fin de cumplir el axioma gatopardezco: “que todo cambie para que todo siga igual”.

Colosio dijo en 1994 y Narro lo retomó en 2017:

"Hoy somos la opción que ofrece el cambio con responsabilidad. Somos la opción que mejor conoce lo que se ha hecho. Que sabe de los resultados de sus programas, de sus aciertos y de sus errores... Somos la opción capaz de conservar lo que ha tenido éxito y somos la opción para encontrar nuevos caminos de solución para los problemas pendientes... ¡Cambiemos sí! ¡Cambiemos! ¡Pero hagámoslo con responsabilidad, consolidando los avances reales que se han alcanzado y por supuesto, manteniendo lo propio: nuestros valores y nuestra cultura!...

“¡México no quiere aventuras políticas! –dijo Colosio–, ¡México no quiere saltos al vacío! ¡México no quiere retroceder a esquemas que ya estuvieron en el poder y probaron ser ineficaces! ¡México quiere democracia pero rechaza su perversión: la demagogia!...

“Se equivocan quienes piensan que la transformación democrática de México exige la desaparición del PRI. No hemos estado exentos de errores, pero difícilmente podríamos explicar el México contemporáneo sin la contribución de nuestro partido. Por eso, pese a nuestros detractores y a la crítica de nuestros opositores, somos orgullosamente priistas".

Con esta cita de Luis Donaldo Colosio, Narro acusa recibo de lo devaluado que está el ser priista. El malogrado candidato presidencial es más recordado por otras cosas que dijo ese día en el Monumento a la Revolución:

"Veo un México con hambre y con sed de justicia. Un México de gente agraviada por las distorsiones que imponen a la ley quienes deberían de servirla. De mujeres y hombres afligidos por abuso de las autoridades o por la arrogancia de las oficinas gubernamentales... Como partido de la estabilidad y la justicia social, nos avergüenza advertir que no fuimos sensibles a los grandes reclamos de nuestras comunidades; que no estuvimos al lado de ellas en sus aspiraciones; que no estuvimos a la altura del compromiso que ellas esperaban de nosotros”.

En el afán de renovar al casi nonagenario partido se han ensayado diversas fórmulas, todas ellas fallidas porque nacen de la simulación: la democracia interna, las alianzas con supuestos partidos de oposición que en realidad son nuevas denominaciones para un mismo producto (el Verde, Nueva Alianza, de alguna forma hasta los independientes), los pactos por México que implican una partidocracia en la que, en realidad, el control lo tienen miembros de una misma clase política perfectamente intercambiable en cuanto a las siglas que los inspiran.

¿Malgastar figuras tan prestigiadas como Narro supone para el PRI la posibilidad de salvar la marca tricolor?

Es claro que el PRI no recuperará prestigio ni potencial de triunfo con uno de los nuevos dinosuarios (como Osorio Chong) ni con alguno de los viejos tecnócratas (como José Antonio Meade, ante el evidente descarrilamiento de Luis Videgaray). Tal vez el ex rector de la Universidad Nacional sea la fórmula secreta.

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