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PUPITRE AL FONDO

BLANCA F. GÓNGORA | Opinión | 30/09/2016

MIGRANTES GOLONDRINOS

La pobreza, la desigualdad, la discriminación, la falta de acceso a servicios médicos, la imposibilidad de tener casa propia o al menos casa fija, el no tener acceso a medios de transporte, las pocas posibilidades de gozar de su derecho al juego, a la diversión, su inestable acceso a la escuela, en síntesis: el no goce real de los derechos mínimos de bienestar social como son salud, educación y vivienda, forma parte del sufrimiento cotidiano de los niños y niñas hijos de los jornaleros agrícolas migrantes que viven como nómadas en nuestro país. A estas familias, que cambian de lugar a lugar siguiendo los ciclos de producción agrícola de todo México, en busca de trabajo y de mejores condiciones de vida se les conoce como “Migrantes Golondrinos” y como tal, migran desde sus comunidades, a otras que consideran con mejores posibilidades de empleo.

A nuestro Colima, durante todo el año, llegan y se van diferentes y numerosas familias de jornaleros migrantes, originarias de diversos estados y comunidades rurales de la república, pertenecientes a distintas etnias por lo que constituyen grupos multilingües y multiculturales con valiosos bagajes culturales que conforman nuestra identidad y pese a esto, no valorados ni reconocidos y lo que es peor, condenados a una situación de “invisibilidad” eterna. Estos “Migrantes Golondrinos” no hacen nido, no pueden hacerlo, y la gran mayoría no puede aspirar a volar alto debido, entre otras razones, al rezago educativo al que por su condición migrante tienen que padecer. Estos pequeños “Niños Golondrinos” son sujetos de una interrupción constante de su derecho a la educación, ya que además de los trabajos que desempeñan (tanto en los campos agrícolas como en sus núcleos familiares: desde recoger cosechas o cuidar a sus hermanitos, entre otras muchísimas labores más) tienen que migrar siguiendo el ritmo de vida de sus padres, lo que les impide terminar sus ciclos de educación. Están en una región unos meses y luego mudan a otra. Viven en albergues, en hacinamientos, con todo lo que ello implica: inseguridad, violencia, infecciones, etcétera. Los que tienen acceso a la escuela: les gusta la escuela. Los que no tienen acceso: sueñan con la escuela. Los esfuerzos por brindarles su derecho a la educación aun no han dado frutos, los resultados siguen siendo dolorosos; pero las iniciativas, al menos en nuestro Colima, no cesan, así que no perdamos la esperanza.

@BlanquiFG

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