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AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 12/06/2016

ÉTICA Y POLÍTICA

En la antigüedad griega ética y política estaban unidas. Eran un binomio inseparable. En la modernidad se separaron: lo hizo Maquiavelo (que separó política de moral), primero, y luego Kant (que independizó la moral de todo). A pesar de que es un tema añejo, la relación de ética y política reaparece en esta época actual con una fuerza inusitada en virtud de la corrupción que ha asolado a los países de Latinoamérica, en donde los políticos carecen de toda moral y en donde la corrupción lo ha penetrado todo o casi todo.

La moral puede prescindir de la política, y nada le pasa, sigue erigiéndose como una virtud invulnerable. Es ésta una moral en la forma concebida por Kant, que se basta a sí misma y no necesita trascenderse ni ir más allá, o la que adquiere la forma que le otorgó Max Weber, a la cual han llamado “ética de las convicciones”, una moral que también se desentiende de la política y se sostiene por sí sola.

Si bien, pues, la moral puede prescindir de la política, la política (la verdadera) no puede jamás prescindir de la moral, aunque normalmente lo haga, en aquellos momentos en que la denominamos maquiavélicamente “realismo político”. Una política sin moral es impermisible pues socava el principal fin de su práctica: el del bien común.

Cuando la política tiene moral, el fin no justifica los medios. Cuando no tiene moral, el fin los justifica. En el primer caso no se admite siquiera que tengamos que atropellar con el fin de beneficiar a otros (política con moral), mientras que en el segundo (política sin moral) se puede atropellar a quien sea con el fin de lograr el objetivo, tal fue el caso de los hornos crematorios de la Alemania nazi o el Gulag de la Rusia socialista.

John Rawls es el clímax del filósofo que analiza la relación entre política y moral. Para Rawls, autor de Teoría de la justicia, lo mejor es que tanto en la palabra como en los hechos la moral y la política permanezcan unidas, de otra manera tendríamos un mundo injusto y reprobable.

Este es precisamente el gran problema de nuestro sistema político actual: haber puesto la ética en un extremo y la política en otro, dejando en el medio una enorme estela de pobreza, desigualdad, desempleo, violencia, etcétera. El gran reto para el futuro inmediato: reunirlas de nuevo.

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