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AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 29/05/2016

ISAIAH BERLIN, LIBERTAD PRIVADA Y ABUSO DE AUTORIDAD

Un aspecto fundamental de todo individuo para lograr su realización humana es el uso de su libertad. Sin este ejercicio imprescindible, que está concebido entre los derechos humanos fundamentales (pensar, comunicarse, alimentarse, etcétera), el hombre no puede cumplir su propio destino. Sin embargo, como el hombre se relaciona con otros hombres, en igual derecho de oficiar su libertad, ésta se ve obligada a restringirse para no violar (o violentar) el derecho a la libertad de los otros. Siendo difícil que entre los propios individuos lograran establecer límites precisos para la práctica de esta libertad, entonces surgió el Estado, como una autoridad aprobada por los individuos para cumplir con esta tarea. El Estado, por lo demás, también tiene límites, traspasarlos constituiría, como ya sabemos, un abuso de autoridad. Entre la libertad de un individuo a otro y de los individuos con respecto al Estado (y viceversa) hay límites muy precisos, o por lo menos tiene que haber límites muy precisos para salvaguardar la paz y la armonía social. Libertarios como Locke, Mill (autor del famoso ensayo Sobre la libertad), Constant o Tocqueville, creían que todo hombre necesitaba un mínimo fundamental de libertad para realizar su tarea en la vida. A esta coacción o no exterior sobre la libertad del individuo le llamó Isaiah Berlin “libertad negativa”, que viene impuesta por el Estado u otros individuos. La “libertad positiva”, en cambio, también concebida y explicada por Berlin en su ahora famoso ensayo “Dos conceptos de libertad” (de 1958), es la que nace del propio individuo, quien se autodetermina para poder llevarla a cabo. La libertad positiva y la negativa son, al final del día, dos formas que tiene todo individuo para gozar de su libertad, ya sea por propio autogobierno (actuando de tal modo que el ejercicio de esta libertad no dañe la libertad de los otros) o por coacción exterior (siendo o no restringido por un actor ajeno a nosotros mismos, como el propio Estado). En los regímenes autoritarios se ha utilizado como pretexto que los ciudadanos gozan de demasiada libertad positiva (la que nace de sí mismos) para entonces poder ellos ejercer su poder tiránico a fin de restringir su libertad negativa (la que viene del exterior). En la actualidad la labor del Estado (el que regula la “libertad negativa” de los ciudadanos) es imprescindible para poder mantener un mínimo de concordia social, dado que está comprobada la imposibilidad del individuo de conocer los límites precisos de su libertad. Sin embargo, el problema real es que la precisión de los límites que sobre la libertad de los ciudadanos debe tener el Estado todavía nadie ha logrado definirla (aun cuando, paradójicamente, todos estén de acuerdo en los derechos fundamentales del hombre), de ahí que se sigan cometiendo graves y lamentables atropellos de abusos de autoridad contra los ciudadanos.

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