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AL VUELO

ROGELIO GUEDEA | Opinión | 21/02/2016

TRAICIÓN POLÍTICA Y COSTUMBRE

La traición ha terminado por convertirse en política en una costumbre. Desde la antigüedad, con el propio Judas Iscariote, el malvado Brutus, posteriormente con Bellido Dolfós (que asesinó al rey Sancho II de Castilla en favor de la controvertida doña Urraca), hasta la época moderna con el gran traidor que fue el general estadounidense Benedict Arnold, que se pasó al bando británico durante la Guerra de Independencia de Estados Unidos, o nuestro mismo ex presidente Antonio López de Santa Anna, que en un abrir y cerrar de ojos vendió una muy sensible porción de nuestro territorio nacional. Otros célebres traidores son, sin duda, nuestra propia Malinche, el político chino Wang Jingwei (quien se unió a los japoneses contra el gobierno chino de Chiang Kai-shek, a quien abandonó a su suerte), el polémico Vidkun Quisling, golpista del estado noruego, el soldado checo Karel Kurda, delator de los comandos que asesinarían la ocupación del nazi conocido como “El carnicero de Praga”, que tenía asolada a la población. Etcétera. Dante, en la Divina comedia, colocaba a los traidores en el noveno círculo, el último y peor de todos. El también autor de Vida nueva, aun así, los clasificaba en orden de gravedad, círculos concéntricos o rondas que iban desde los que traicionaban a familiares (lo peor de lo peor, como en el caso de Caín) hasta aquellos que traicionaban a los que fueron sus benefactores (como en el caso del mismo Iscariote, traidor de Cristo). Esta moral dantesca iba en contra, por supuesto, del pragmatismo maquiavélico, quien consideraba a la traición como una parte esencial del ejercicio político, de tal modo que quien no fuera capaz de aceptarla de esa manera nada tenía que hacer en el ámbito del poder. No está nada lejos de la realidad el redactor de El príncipe, pues, como he dicho al principio, la traición en política se ha convertido en una costumbre. Si consideramos a la costumbre como una de las fuentes principales del Derecho, que se establece en los usos consuetudinarios de una sociedad (en este caso política) y que adquiere una razón de jurídica obligatoriedad, esto es de ley, entonces, en este sentido, ¿no tendríamos que considerar a la traición positivamente, como lo considera Maquiavelo? Es duro moralmente aceptarlo y afirmarlo así públicamente, pero la realidad se nos impone irrefutable y una verdad como un templo, de forma que desoírla sería igualmente cerrar los ojos y arrojarnos al vacío.

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