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CULTURALIA

NOE GUERRA PIMENTEL | Opinión | 30/01/2016

EL TERROMOTO DE 1973

De mi nacimiento a esta fecha han ocurrido varios sismos o movimientos telúricos, de todos los que más se han sentido en Colima son el del 30 de enero de 1973, un día como hoy, el de 1985, el de 1995 y, por supuesto, el del 20 de enero del 2003. Pero hablando del de las 15:01 Hrs., del mares 30 de enero de ese fatídico 1973, que dicho sea es el primer terremoto del que yo tengo memoria y que sucedió cuando cursaba la primaria, precisamente en aquel edificio, aquella escuela Primaria de nombre “Presidente Licenciado Adolfo López Mateos”, la que habiendo sido inaugurado por él mismo, el 10 de diciembre de 1960, se derrumbó trece años después ante este fenómeno cuya magnitud se calculó fue de 7.6º en la escala de Richter. De ese, a pesar de que fue un terremoto muy fuerte, la ciudad de Colima no sufrió grandes daños materiales. No obstante, en Quesería una barda al derrumbarse mató a una persona.

De la escuela fuimos dos los heridos, una niña, mi compañerita Ildelisa Carrazco Vega y yo, los más pequeños del grupo, al haber quedado atrapados luego de la estampida en la que salieron nuestros compañeros y la maestra “Chelo”, Consuelo Dosal, a ambos de entre los escombros nos sacaron los soldados, a Ildelisa con escandalosa descalabrada pero sin complicaciones mayores y a este servidor con el pie derecho dañado a la altura del empeine con lesión en los metatarsianos que obligó a una cirugía de tres tiempos, a la par de yesos y férulas, para un obligado reposo que impidió continuar el ciclo escolar debido a la lenta y dolorosa recuperación que me postró por más de tres meses, periodo difícil para un niño de esa edad en aquellas condiciones y la falta de una cultura de la salud que aun predomina en el medio rural y que era común en el Armería de aquella época, antes me doy y agradezco por la efectiva recuperación que tuve.

De los efectos del temblor recuerdo perfectamente que la energía eléctrica quedó suspendida por buen tiempo, unas cuatro, cinco o seis horas, lo repaso porque a los enfermos y los lastimados a causa del sismo nos tuvieron que sacar a la calle, a la banqueta y nos sentaron en sillas, en mi caso sin haberme revisado mientras me retorcía de dolor, pues no había luz, ni teléfono, ni enfermeras, ni analgésicos suficientes y todo era un caos, nadie sabía qué hacer ante la crisis y todo mundo corría de un lado para otro mientras la calle se oscurecía y el miedo crecía, bajo el rumor de que el mar se había recorrido, la carretera estaba colapsada y con derrumbes en varios puntos y el ferrocarril estaba suspendido por el riesgo de los puentes. Esa noche muchos del pueblo durmieron en el patio de su casa y quienes no tenían se salieron con sus camas en la banqueta, pocos tuvieron el valor de pernoctar bajo el techo de aquellas casas en su mayoría de teja, de hecho muchas casas quedaron limpias con las tejas despedazadas en el suelo. De pie y seguras las de palapa, como la de nosotros, aunque por varias noches y por miedo también dormimos en el patio bajo un guamúchil, la luz menguante de la luna y entre veladoras. Era como de campamento. Me emocionaba dormir así con una cobija como techo.

Al otro día del siniestro un señor alto, blanco, de sonrisa ancha, pelo cano, vestido con pantalón oscuro y guayabera blanca, llegó hasta las puertas de la casa, lo acompañaba mucha gente, entre ellos el director de mi escuela, el profesor J. Félix Delgado Velázquez (quien también era el Presidente municipal), era el gobernador Pablo Silva García, quien con su voz grave y pausada ahí dijo a los demás y a mi madre: “ya hablé con el Presidente, con el licenciado Luis Echeverría, ahorita venimos de Tecomán y vamos para Manzanillo, allá también hay daños y vamos a ver en qué ayudamos, el Presidente viene para acá este viernes, todo estará bien, no se me preocupe señora, ya di instrucciones para que atiendan al niño y para que les ayuden en lo que se necesite, estarán en contacto con ustedes…” Nada de eso pasó, nada que recuerde, pero yo, sonriente, sentado con el pie tirante saludando de mano al gobernador mientras con la izquierda él me revolvía el pelo, salí en las fotos de los periódicos de otro día.

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